La vida de las mujeres
Novela casera
Por JOSÉ MARÍA GUELBENZU
El País, 05/11/2011
La canadiense Alice Munro tiene bien ganada la fama como autora de cuentos. Es casi inexcusable relacionarla con el gran transformador del género, Anton Chéjov, porque en verdad su escritura entra dentro de la intensa sencillez, de corte naturalista, con la que el ruso se deshizo del estilo recargado que acompañaba a la importancia del moralismo en los temas tradicionales para internarse en asuntos de la vida ordinaria y extraer de ello una mirada nueva -y una hondura nueva- al dotar a su literatura, con gran sentido de la modernidad, de realidades problemáticas antes que de respuestas. La vida de las mujeres es una novela publicada a principios de los setenta e inédita hasta ahora en castellano. Decimos novela porque la línea narrativa sigue la evolución de una muchacha, Del, desde la infancia avanzada hasta la pubertad y la primera juventud, pero, en realidad, se trata de una serie de escenas con una protagonista común en un escenario común, escenas que ni llegan a ser cuentos ni constituyen una novela propiamente dicha. Sin embargo, toda la gracia de su escritura está plenamente presente y las escenas o secuencias pasan del encantamiento de la niñez a la realidad cada vez más compleja y áspera que consiste en la adquisición de la conciencia de adentrarse en la vida; y todo ello dentro del característico encanto marca de la casa. Para una escritura como la de Munro se necesita una gran capacidad de observación y una no menor capacidad de seleccionar lo verdaderamente significativo, puesto que opera con elementos mínimos, aparentemente intrascendentes; y es justamente la manera de extraer de ellos la trascendencia del relato lo que la convierte en una escritora singular. El libro está cargado de estampas rurales en su primera parte, que se convierten en provincianas cuando la familia se traslada a la ciudad. Respecto de las primeras, la autora capta muy bien el sentido de esa dedicación a lo pequeño, hogareño y repetitivo de la vida campesina, de sus costumbres e intereses, de la vida común. Baste recordar la sensibilidad con la que, por ejemplo, relata el funeral del tío Craig, de una engañosa sencillez que no deja nada al azar; sensibilidad que se materializa en la mirada de la niña y en la relación entre esa mirada y sus propias sensaciones.
Es una novela casera, por definirla de alguna manera, con espléndidos retratos de personajes entre los que destaca, aparte de la niña que narra, la madre, y donde se marcan de manera tan sugerente como admirable los distintos grados de cercanía y distancia que se van produciendo en la relación madre-hija mientras esta última evoluciona. Todo ello, insisto, recubierto por la importancia de las pequeñas cosas, de las pequeñas propiedades y anhelos, similares en importancia a la observación de los detalles del comportamiento familiar y del pensamiento cotidiano que extraen de la vida misma. Sólo se advierte alguna debilidad en la segunda mitad, cuando el problema de la existencia de Dios para la pequeña Del se extiende con exceso o en el punto en que resultan previsibles algunos elementos de la iniciación erótica de la adolescente, cosa que corrige en lo que sigue del conocimiento carnal y de la realidad, donde la joven Del se encamina al encuentro con la vida; y con la escritura, pues es también esta novela el relato sutil y excelente del inicio de una vocación literaria.
La novela tiene cuarenta años encima y admira comprobar cómo el estilo de esta gran cuentista estaba ya cuajado y dotado del mismo poder de seducción que la ha llevado a ser una referencia inexcusable en el relato contemporáneo.
Alice Munro
La vida de las mujeres
Traducción de Aurora Echevarría
Lumen. Barcelona, 2011
376 páginas. 21,90 euros
Alice Munro según Triunfo Arciniegas Fotografía ajena |
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Llegué a Canadá no como inmigrante sino como lector. Le debo el tiquete a la literatura de Alice Munro. En esta visita, guiada por la delicada narrativa de la cuentista, descubrí algunas zonas inesperadas, sorprendentes. Entre estas sorpresas descritas en El amor de una mujer generosa, conjunto de cuentos, descubrí, de un lado, esa zona del suroeste de Ontario (el llamado Southwesto), espacio primordial en el que se desenvuelven muchas de las historias de Munro; y de otro lado, algo de la isla y la ciudad de Vancouver, lugares que Munro conoció muy bien. En sus historias se reconoce con claridad la zona que rodea el lago Hurón: las granjas, el lago y sus caminos fangosos, una ciudad al límite de ser pueblo, en el que la calma y el sosiego son naturales; o la ciudad de Vancouver y la distancia, la lejanía de las preocupaciones de las urbes ruidosas.
Más que los lugares geográficos, cuando me acerqué a la narrativa de Munro me encontré con una serie de personajes que revelaban una condición de anhelo persistente, una inconformidad.
El libro contiene ocho cuentos. El primero, de casi 80 páginas, "El amor de una mujer generosa", del cual se ha tomado el título del libro, trata del descubrimiento de un automóvil en medio de un río en el que se encuentra el cadáver del optómetra Willens, quien al parecer fue asesinado. Sin embargo, el eje central de la historia no radica fundamentalmente en el homicidio ni en los probables asesinos, sino en la culpa. La culpa de Enid, enfermera que ayuda a personas con enfermedades terminales; la culpa de la cómplice de asesinato, en este caso la señora Quinn, la enferma terminal, y la posible culpa de Rupert, esposo de la señora Quinn y por quien Enid siente una fuerte atracción. A partir del asesinato y la posterior confesión de la señora Quinn en su lecho de muerte, Enid empezará a cuestionarse si es conveniente o no para su vida saber la verdad. Sin embargo, resumida de esta forma creo que no soy justo con la historia. El cuento es mucho más profundo. Recuérdese: estamos hablando de un cuento de ochenta páginas.
En este primer cuento tenemos una compleja arquitectura en la estructura; tenemos una elaborada precisión en la creación de cada uno de los detalles; tenemos largas digresiones que aportan para entender las tremendas honduras de cada uno de los personajes; es decir, en esta pieza de filigrana narrativa Munro es en extremo delicada. Sin duda, su detallado trabajo funciona a la perfección pues la tensión del lector no se inclina hacia el asesinato sino hacia los sentimientos y preocupaciones de la enfermera Enid. Desde mi punto de vista, es en estas aguas en las que Munro se mueve mejor: en la fina descripción de las angustias, sentimientos y preocupaciones de una mujer; sabe cómo entrar en sus deseos, en sus inquietudes. Lo mejor es que no cae en sentimentalismos, ni en ideas románticas, al contrario: las protagonistas de sus historias generalmente viven una encrucijada en la que deben reconocerse a sí mismas para salir de la monotonía, para quebrar ese mundo a veces insulso que han tenido que sufrir por años.
"La isla de Cortés" es una exquisita narración en primera persona de una joven aspirante a escritora que empieza a vivir con su esposo en una nueva ciudad. El eje central no es la ciudad ni el drama de empezar de cero, sino la relación que la escritora establece con la señora que vive en la casa que arrienda, la bella y aterradora señora Gorrie, una vieja chismosa, entrometida, difícil de llevar, y con su esposo. En esta historia se ve una de las premisas de Munro: reconocerse en el otro. Se trata de encontrar hasta qué punto somos, a veces, aquello que tanto odiamos. No es inusual en las historias de Munro que un secreto revele la posibilidad de que los personajes se desarrollen, se encuentren. El secreto les permite entrar en contacto, descubrirse entre sí e iniciar nuevos caminos.
Quizás uno de los temas fundamentales de Munro en todas las historias son las relaciones familiares, es decir, las complejas y a veces incomprensibles relaciones entre padres e hijos, hermanos y hermanas, madres e hijas. En "Salvo el segador" encontramos este complejo dilema: entender que las relaciones con los hijos, a pesar de ser tan estrechas, una vez ha pasado el tiempo, ya no serán las mismas. En esta historia tenemos a una mujer mayor, Eve, una actriz, quien tuvo una relación muy cercana con su hija Sophie, pero pasado el tiempo la propia hija empieza a distanciarse, al tener ya su familia y una vida de que la Eve no hace parte. Es una historia con un tono al principio nostálgico, sentido, que luego se transformará en extraño, pues la trama se enreda hasta generar una situación de tensión al final: hay un giro inesperado que da una vitalidad enorme a la historia.
Asquerosamente rica es la historia de una preadolescente, Karin, hija de divorciados, quien vive un tiempo con su padre y otro con su madre. En este caso, visita a su mamá, Rosemary, una histérica correctora de texto, quien parecía empezar a formar una pareja con un escritor vecino y amigo, Derek. Sin embargo la relación de los adultos no funciona y esto afecta a la chica. El tema es interesante: cómo los hijos empiezan a abordar un divorcio y cómo perciben la necesidad de reencontrar una familia para volver a tener un eje del cual sostenerse. Considero que la historia no alcanza el nivel de profundidad de las otras. Tal vez me equivoco.
"Antes del cambio", para mí, es una de las historias más fuertes, profundas e intensas elaboradas por Munro. Se trata de una joven que regresa a casa de su padre, un médico que se descubrirá que ha ejercido como abortista, y cómo este secreto cambiará su relación. Uno de los hechos más importantes es que no aborda el tema del aborto desde el discurso moralista, ni defensivo; el tratamiento es delicado, natural. Uno de los mejores cuentos.
"El sueño de mi madre" es una estupenda historia contada desde la voz de una joven mujer que relata cómo fue la relación de su madre con ella antes y después de su propio nacimiento. Por supuesto, está focalizada en la madre, Jill, y se da un efecto muy interesante: una primera persona que narra como testigo la vida de su propia mamá. El cuento reúne una gran cantidad de dificultades que debe afrontar Jill: la mayor y tremenda es la horrorosa belleza que significa para la joven madre tener una hija por primera vez. Una de sus cuñadas, Iona, asume el rol de madre, a tal punto que el día que debe dejar a su sobrina y su cuñada solas entra en shock. Hacia el final hay tal enredo de emociones, tal nerviosismo, que Jill es capaz de llegar a decisiones extremas para hacer que esa bebé, posterior narradora, pueda descansar y dejar a la propia madre en paz.
Como lector de sexo masculino debo perderme mucho de las sensaciones que estos personajes femeninos exhalan. Por ejemplo, en estos dos últimos cuentos, la historia está tan ligada a la mujer con su cuerpo, con sus sensaciones y relaciones con la maternidad que creo que es poco probable que yo pueda sentir la historia de la misma manera que una mujer que ha vivido un aborto o que ha sido madre. Honestamente, no veo esto como una barrera; al contrario, me parece inquietante que la narrativa de Munro comunique estas sensaciones y que haya cosas en ella que pertenecen exclusivamente a la naturaleza y la realidad de la mujer.
Quisiera llamar la atención sobre las protagonistas de las historias: mujeres lectoras, músicas, actrices, escritoras, es decir, vinculadas con el arte o la cultura, en quienes se ve la experiencia de Munro. Pero esta misma condición hace que sus personajes crezcan, sean sensibles y reconsideren sus posibilidades como creadoras. Por esta misma condición las protagonistas se preguntan continuamente sobre qué camino tomar, sobre si deben seguir en su condición de madres o amas de casa o arriesgarlo todo para ser, ante todo, dueñas de sí mismas.
La propuesta estética de Munro me parece arriesgada y por lo mismo emocionante. Es poco común encontrar cuentos de ochenta o sesenta páginas. Y quiero remarcar que no estamos ante novelas cortas. No, la propuesta es escribir cuentos, con un mínimo de personajes, con una trama específica. Munro apuesta a entrar en detalles sobre la vida cotidiana, sobre la naturaleza misma de los personajes, construirlos a profundidad y no limitarse a la anécdota, ni a una serie de acciones que sorprendan. Munro le apuesta al cuento, a darle un salto a las posibilidades orgánicas del género, sin obligarlo a convertirse en novela, y así le da una dimensión superior: el cuento acepta digresión, profundos saltos temporales, flujo de conciencia y una compleja arquitectura.
Camilo Castillo-Rojo es escritor. Maestro en creación literaria de la Universidad de Texas en El Paso. Profesor del pregrado en creación literaria y del taller de escritores de la Universidad Central. Este texto fue originalmente escrito para “Noche de narradores”, evento de esta universidad.
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