El Diario Montañés
19 de enero de 2013
El escritor Ignacio del Valle promueve la candidatura del mítico novelista al premio Príncipe de Asturias de la Letras
Desengañado con la industria cinematográfica, se cuenta que en 1979 hizo imprimir unos tarjetones con el texto: »James Salter lamenta que no le sea posible…» y una serie de casilleros con diferentes opciones, como escribir un guión, adaptar un texto ajeno o ceder los derechos de alguna de sus novelas. Así, rechazar cada una de las innumerables ofertas que recibía cada semana en su buzón sólo le suponían el asequible esfuerzo de señalar una casilla, enviando la tarjeta a vuelta de correo.
¿A qué se debía esa actitud tan desdeñosa en un escritor que ya había ejercido –y con bastante éxito– como guionista durante una década, y que se había convertido en uno de los más cotizados autores del momento? La respuesta hay que buscarla un par de años antes, cuando el actor Robert Redford, que atravesaba uno de los momentos más dulces de su carrera, le abordó personalmente para proponerle redactar un guión. Redford, quizá pretendiendo emular a la Riefenstahl, quería hacer una película sobre escalada. Salter, que debió de hacer buenas migas con él, se mostró dispuesto, pero quizás fuera su espíritu deportivo el que le movió a decidirse por una peculiar forma de documentarse: como no tenía ninguna experiencia en el asunto, y su profesionalidad le obligaba a tener un conocimiento directo y personal sobre todo aquello que fuera objeto de su escritura, a la nada deportiva edad de 52 años se inició en la práctica del alpinismo. Tan en serio se lo tomó, que ese mismo año coronó el Yosemite, y buena parte de las cumbres de los Alpes franceses, en los alrededores de Chamonix.
Durante meses, Salter escaló y escribió con idéntico entusiasmo, hasta concluir el guión. A Redford, sin embargo, no le volvió precisamente loco. »Supongo que no se veía a sí mismo en el papel», diría el escritor. Con un señuelo de cincuenta mil dólares, que pondría sobre la mesa un editor, Salter reconvirtió el frustrado guión en la novela ‘En solitario’, el verdadero espaldarazo comercial a su carrera.
Salter, que decidió cerrar las puertas de Hollywood, explicaría más tarde que »un guionista es como las chicas de las fiestas: mientras luces apetecible, tus posibilidades son infinitas. Pero el atractivo es efímero, y en seguida eres descartada». Salter no quiso ni siquiera acercarse a ese estadio postrero y humillante. Para eso diseñó sus tarjetas de rechazo.
Diseñar vidas
Y es que así es la biografía de Salter, en parte una novela de aventuras y en parte una hoja de servicios. Porque este neoyorquino nacido en 1925 ha sido capaz de vivir un novela y de escribir su vida, en el mismo tiempo en el que al resto de mortales apenas nos alcanza para acumular unas cuantas frustraciones. Tras una brillante carrera militar, que incluye una licenciatura en Georgetown y una guerra y pico, el joven piloto decide en 1957 abandonar la caza de MIGs y dedicarse a otra pasión irrenunciable: la escritura, con el deber y el deseo como grandes fuerzas que mueven a sus personajes. En ‘Pilotos de caza’ recreó su propia experiencia en la guerra de Corea, que Dick Powell llevaría al cine un año más tarde, con Robert Mitchum y Richard Wagner como protagonistas. El oficial, cada vez más escritor, incluso cambió su nombre, James Arnold Horowitz, aunque siempre ha rehusado explicar los motivos de tal cambio.
A partir de entonces, su figura no haría sino crecer, alimentando una leyenda de elegante seductor, un gentleman de modales exquisitos y envidiables vivencias. ‘Juego y distracción’, ‘Años luz’ y ‘En solitario’ serían sus obras mayores, además de una memorias muy celebradas, ‘Quemando los días’, publicadas en 1997.
Candidato
A pesar de su dimensión casi épica, en nuestro país Salter resulta más un ‘escritor de escritores’ que un auténtico fenómeno literario equiparable a su estatus en la cultura anglosajona. De hecho, ni siquiera cuenta con una entrada en nuestro idioma en la Wikipedia.
Uno de estos escritores, que se considera gran deudor de Salter, es el novelista Ignacio del Valle. El asturiano llegó incluso a viajar a Nueva York tan sólo para poder mantener una entrevista con él. Allí le expondría su teoría de que su literatura se enmarca »en la tradición oral de los viejos aedos, que Salter desciende de Homero porque sus textos suenan, se pueden recitar». De la reunión se trajo también el consentimiento del viejo piloto para promover su candidatura a los premios Príncipe de Asturias, a la que del Valle se ha entregado con su habitual entusiasmo y que, además de múltiples adhesiones, está consiguiendo una nada desdeñable atención mediática para su escritor fetiche.
James Salter está a años luz
Por Antonio Iturbe
Leer un párrafo de James Salter alimenta como trilogías enteras. Salamandra tiene prevista la publicación a primeros de año 2014 de su nueva novela All that Is. Probablemente, la última. No es por ser cenizos ni por los 87 años de Mr. Salter, sino por su ritmo de producción: su última novela la publicó hace 35 años. Las prisas no van con él. A la espera del acontecimiento, Salamandra ha reeditado Juego y distracción y Años luz. Amantes del thriller y la novela policíaca, abstenerse. Aquí no hay enigmas, crímenes ni investigadores divorciados. Lo que nos ofrece Salter es el espectáculo de la cotidianidad visto con un microscopio tan poderoso que vemos los poros de la felicidad. También los pelos, forúnculos y demás abscesos sebáceos. Pero no son novelas que se recreen en la estética de la derrota, sino simplemente que miran con tanta atención el movimiento de la vida, que nos da tiempo de masticar cada instante, de olerlo y considerarlo como si pudiéramos por un instante parar el tiempo y ver de qué materia está hecho. Pasen y vean… y paladeeen.
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