Ernesto Bertani
MUJERES
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El sentimentalismo de telenovela y los boleros de Sandro fueron la inspiración de Rosa-Rosa, la muestra que este artista acaba de inaugurar en la Galería Zurbarán y en la que vuelve a exhibir su particular estilo: vibrante, expresivo, efectivo, desprejuiciado y vendedor. Bienvenidos al mundo de un pintor cuya obra demuestra que en el arte todavía se puede hablar de amor.
Casimires y jerseys son algunas de las telas sobre las que Ernesto Bertani viene plasmando, desde hace casi treinta años, una obra que insiste en reflexionar sobre cómo la ropa que vestimos habla de nuestra sociedad y nuestro tiempo. Todos nos relacionamos con la moda de algún modo, asegura el artista. Desde el tipo que se compra la ropa más cara hasta aquel que prescinde totalmente de eso. Como yo, que nunca uso traje ni corbata, y siempre busco comprarme ropa que no tenga marca ni etiqueta. Así es como este pintor de 56 años casado y con dos hijos adolescentes se pone firme en su postura de combatir los embates de la moda. Una posición que exhibe en toda su magnitud en su propio espacio, en su taller de Ituzaingó, donde recibió a Para Ti.
Tanto en su serie de principios de los ´80 titulada Las braguetas en la que indagaba los pliegues del machismo criollo, como en sus pinturas llenas de hombres vestidos de traje que se meten unos a otros las manos en los bolsillos y que alegorizan la corrupción en la década del ´90, Bertani ha encontrado una manera de hacer crítica social a través de su pintura. Lo que va sucediendo en la realidad me va dando pistas para meterme en ciertos temas. Hay una serie cuyo motivo son las corbatas que tenía que ver con empresarios, con ejecutivos representados a través de los trajes que usanque nació en un momento en que parte del mundo empresarial se instaló en los medios masivos. Fue la época en la que grandes empresarios empezaron a aparecer en las revistas del corazón, a salir con modelos, y dejaron su mundo de negocios para estar en la farándula. Antes, si vos hablabas de las grandes empresas, la gente no tenía ni idea de quién era el dueño o el ejecutivo de turno. Eso es un fenómeno reciente. Fue la explosión de lo mediático la que dictó que uno no existe si no está en los medios.
En los cuadros de tu nueva exhibición Rosa-Rosa es la decoración la que te sirve para ironizar sobre el modo en que las obras de arte terminan siendo muchas veces objetos decorativos...
Sí, y por eso los cuadros aparecen haciendo juego con el sillón, y viceversa. Una de las cosas que estoy trabajando al pintar sobre tela de tapicería es la relación del cuadro con la decoración, que es una forma de banalizar el arte. Sin embargo, por más que uno pinte con una intención determinada, el cuadro después es comprado por alguien con una intención totalmente diferente. Así como un grupo de música popular como La Bersuit hace una canción con un sentido de crítica social y los pibes se ponen a bailar y no les importa lo que dice la letra, el artista tiene que lidiar con lo que después se hace con su obra. Una cosa es lo que uno quiso decir y otra es en qué termina todo eso.
Entonces, ¿tus pinturas se resisten a decorar el living de una casa?
No, no... Yo soy un tipo que pinta y no me interesa demasiado lo que pasa después con mis cuadros. Yo vivo en medio de la naturaleza, en una zona agreste aunque viví bastante tiempo en la ciudad, y algo que me resulta raro es ver cómo la gente que vive en departamentos, rodeada de cemento y asfalto, busca reproducir en sus hogares cosas de la naturaleza. Mis cuadros también reflexionan sobre eso: sobre la manía de hacer una ficción de la naturaleza, de poner muchas plantas o usar telas estampadas con flores, o alfombrar los balcones con césped sintético.
Bertani era de esos chicos que en la escuela dibujan caricaturas de todos sus profesores. Su pasión por la plástica se remonta a su infancia.
Quizá influyó en mi vocación un pariente de mi familia que era pintor y dibujante y que era muy conocido como afichista de cine. En esa época, los afiches que promocionaban las películas eran dibujados, y él era un ilustrador muy importante. También tenía una tía que era dueña de una galería que quedaba justo arriba de lo que en ese entonces era el Instituto Di Tella. Desde muy chico estuve en contacto con el arte. Casi te diría que con mis primas íbamos a jugar al Di Tella.
Un gran tema de tu obra es el amor, la pareja. ¿Creés que, por lo general, es algo despreciado por los artistas?
Yo creo que en los ambientes artísticos que tienen que ver con una elite, donde el arte es visto a través de lo intelectual, hay prejuicios sobre todo lo que tiene que ver con las emociones. Para ellos, cursi es casi una mala palabra. Sandro sin ir más lejos, personaje en el que me inspiré en cierto modo para esta serie, era lo más grasa que había hace treinta años. Decir que te gustaba era como decir hoy que te gusta la cumbia. Pero a mí no me importa caer en lo cursi. Hace poco hice una serie sobre el beso, que es un tema clásico de la historia del arte. No creo que muchos pintores contemporáneos se hayan dedicado a trabajar sobre eso. Pero yo lo hice, y me interesé por el beso tal y como aparece en el cine o las telenovelas.
¿Cómo surgió la idea de unir en tus pinturas lo cursi, lo kitsch, el amor, las flores, la deco rococó y Sandro?
Todo tiene que ver con las telas floreadas. Yo venía trabajando con casimires, encajes, jerseys, telas casi lisas o con un diseño sobrio. Cuando descubrí esas telas llenas de rosas las compré sin saber bien qué iba a hacer. Y no fue difícil relacionarlas con la canción más emblemática de Sandro. Mi idea es decir que todos somos medio cursis cuando nos enamoramos, que todos decimos lugares comunes y cursilerías. Para mí es una deformación ocultar eso. Los artistas necesitamos que venga Umberto Eco a hablarnos de las telenovelas para aceptar que las miramos.
¿Está mal visto en el mundo de los artistas plásticos vender bien?
Yo creo que está mal visto en el mundo de los artistas que no venden. Yo he tenido esos prejuicios. Cuando era joven, veía a los artistas consagrados y decía: Este se vendió, Es comercial. Después te das cuenta de que no siempre es así. Guillermo Kuitca es el artista más exitoso comercialmente, uno de los más cotizados, y es un tipo con una obra que no podés pensar que está hecha para ser vendida. Hay cuestiones como el tamaño de un cuadro que hacen que éste sea más o menos vendible. Yo he hecho obras de siete metros que sabía que no se venderían. Y también pinto cuadros de tamaños convencionales, que se pueden exhibir y vender en una galería. Pero lo que se ve en ellos lo pinto sin ningún condicionamiento.
La figura de mujer que trabajás tiene un cuerpo no idealizado, hasta imperfecto. ¿Puede el arte cuestionar la imagen de mujer que impone la industria de la comunicación?
Yo creo que los medios ya no imponen un ideal de mujer. Me parece que ese asunto de la anorexia ya pasó. En realidad, ¡ahora todas se ponen siliconas! (risas). Habría que ver por qué los medios y las mujeres se engancharon tanto en esos años con la delgadez extrema. Me parece que ahora hay una diversidad de gustos. Ya hace algunas décadas que hay un gran eclecticismo en todo, incluso en el arte. ¿Qué es hoy el arte contemporáneo? Es difícil saberlo. Con el gusto y la moda también pasa lo mismo. No hay tendencias que se precien de ser únicas.
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