Friday, February 7, 2014

Woody Allen / La amenaza O.V.N.I.

Woody Allen con Scarlett Johannson
Woody Allen
LA AMENAZA O.V.N.I.


Los ovnis han vuelto a ser noticia, y ya es hora de que consideremos con seriedad este fenómeno. (De hecho, la hora es las ocho y diez, así que no sólo llevamos varios minutos de retraso, sino que además tengo hambre.) Hasta la fecha, el tema in toto de los platillos volantes se ha visto asociado principalmente con excéntricos y chiflados. Con frecuencia, en efecto, los observadores han confesado pertenecer a uno de estos dos grupos. El pertinaz testimonio de individuos responsables, empero, ha inducido a las Fuerzas Aéreas y a la comunidad científica a reconsiderar su otrora escéptica actitud, y se va a invertir la suma de doscientos dólares en un estudio exhaustivo del fenómeno. El interrogante es: ¿Hay algo en el espacio exterior? Y de ser así, ¿dispone de rayos atómicos?
Se ha podido probar que no todos los ovnis son de origen extraterrestre, pero los expertos admiten que cualquier objeto brillante en forma de cigarro capaz de subir en flecha a dieciocho mil kilómetros por segundo, requeriría un tipo de mantenimiento y bujías disponibles únicamente en Plutón. Si tales objetos proceden efectivamente de otros planetas, la civilización que los ha creado debe estar millones de años más adelantada que la nuestra. O eso o es que ha tenido mucha suerte. El profesor Leo Spiceman postula una civilización en el espacio exterior que se halla más adelantada que la nuestra en aproximadamente quince minutos. Esto, según él, proporciona a quienes habitan en ella una gran ventaja sobre nosotros, en cuanto no han de correr para llegar con puntualidad a una cita.
El doctor Brackish Menzies, que trabaja en el Observatorio del Monte Wilson, o que está bajo observación en el Hospital Psiquiátrico de Monte Wilson (no queda claro en la carta), afirma que aun desplazándose a una velocidad próxima a la de la luz, los viajeros necesitarían millones de años para llegar hasta aquí, incluso desde el sistema solar más cercano, y habida cuenta de los espectáculos que se representan en Broadway, la excursión no valdría la pena. (Es imposible viajar a una velocidad superior a la de la luz, y ciertamente no deseable, pues todos los sombreros saldrían disparados)
Un aspecto de interés: según los astrónomos modernos, el espacio es infinito. Parece una noción muy reconfortante, en particular para aquellas personas que nunca se acuerdan  de dónde han puesto las cosas. El elemento clave cuando se medita sobre el universo, sin embargo, es el de que se halla en constante expansión, así que un día estallará en pedazos y desaparecerá. De ahí el porqué de que, si la chica de la oficina de abajo cuenta con estimables atractivos pero quizá no todas las cualidades que uno exigiría, lo mejor sea un compromiso.
La pregunta más insistente que sobre los ovnis se formula es: si los platillos volantes provienen del espacio exterior, ¿por qué no intentan tomar contacto con nosotros, en vez de revolotear misteriosamente sobre zonas desiertas? Mi teoría personal es que para las criaturas de un sistema solar distinto del nuestro “revolotear” puede ser una forma socialmente aceptable de relacionarse. Y puede, de hecho, resultar agradable. Yo mismo he revoloteado una vez sobre una actriz de dieciocho años durante seis meses y fue la mejor época de mi vida. Convendría recordar que cuando hablamos de «vida» en otros planetas, nos referimos casi siempre a los aminoácidos, que nunca son muy sociables, ni siquiera en las fiestas.
Muchas personas tienden a creer que los ovnis son un problema de la era moderna. Pero, ¿no constituyen acaso un fenómeno que el hombre viene percibiendo desde hace siglos? (Para nosotros, un siglo es mucho tiempo, sobre todo cuando se paga una hipoteca, pero desde un punto de vista astronómico transcurre en un segundo. Por tal motivo, conviene llevar siempre el cepillo de dientes y estar a punto para salir corriendo al primer aviso.) Los eruditos nos han enseñado que la aparición de objetos volantes no identificados se remonta a la época bíblica. Por ejemplo, hay en el Levítico una frase que reza así: «Y una bola enorme y plateada se cernió sobre el ejército asirio, y en toda Babilonia fue el llanto y el crujir de dientes, hasta que los Profetas exhortaron a las multitudes a serenarse y recobrar la compostura».
¿Guardaría relación este fenómeno con el que describió años más tarde Parménides: «Tres objetos anaranjados aparecieron de pronto en los cielos y describieron círculos sobre el centro de Atenas, revoloteando sobre las termas y obligando a varios de nuestros más sapientes filósofos a correr en busca de toallas»? Y más aún, ¿serían esos «objetos anaranjados» similares a los descritos en un manuscrito de la Iglesia sajona del siglo XII recientemente descubierto: «Cuando soltaba una carcajada, vio a su diestra al girarse un tapón de corcho que relucía, mientras una bola roja flotaba encima. Gracias, señoras y caballeros»?
Esta última frase fue interpretada por el clero medieval como un anuncio de que el mundo tocaba a su fin, y fue general la desilusión cuando llegó el lunes y todos tuvieron que volver a trabajar.
Por último, y de modo más convincente, el propio Goethe da cuenta en 1822 de un extraño fenómeno celeste: «Concluido el Festival de la Ansiedad de Leipzig», escribió, «cruzaba un prado de regreso a casa, cuando al levantar la vista observé cómo varias esferas de color rojo intenso surgían en el firmamento por el sur. Descendieron a increíble velocidad y comenzaron a perseguirme. Les grité que yo era un genio, y por consiguiente, no podía correr muy de prisa. Pero mis palabras no sirvieron de nada. Me puse furioso y empecé a lanzar imprecaciones contra ellas, hasta tal extremo que huyeron aterrorizadas. Sin reparar en que ye estaba sordo, referí el sucedido a Beethoven, quien sonrió, asintiendo con la cabeza, y dijo: “¡Justo!”».
Por regla general, detenidas investigaciones in situ revelan que muchos objetos volantes «no identificados» son fenómenos perfectamente comunes, tales como globos sonda, meteoritos, satélites, e incluso en cierta ocasión un hombre llamado Lewis Mandelbaum, que hizo saltar por los aires la azotea de las torres de la Bolsa. Un típico incidente «explicado» es el descrito por Sir Chester Ramsbottom, el 5 de junio de 1961, en Shropshire: «Iba en mi coche a las dos de la tarde y vi un objeto en forma de cigarro que parecía seguirme. Sea cual fuere la dirección que yo tomase, allí estaba sobre mí, copiando exactamente todas mis maniobras. Tenía un color rojo llameante, y por mucho que cambiase yo de dirección a gran velocidad, no conseguía quitármelo de encima. Cada vez más alarmado, empecé a transpirar copiosamente. Di un grito de terror y, a lo que parece, me desmayé, para recobrar el conocimiento en un hospital, milagrosamente ileso». Tras meticulosa investigación, los expertos dictaminaron que el «objeto en forma de cigarro» era la nariz de Sir Chester. Como es natural, todas sus maniobras evasivas resultaban inútiles, por cuanto la tenía pegada a su cara.
Otro incidente explicado dio comienzo a finales de abril de 1972, con un uniforme del mayor general Curtis Memling, de la Base Andrews de las Fuerzas Aéreas: «Paseaba por el campo una noche, cuando vi de pronto un enorme disco plateado en el cielo. Volaba sobre mí, a menos de diez metros sobre mi cabeza, y describía una y otra vez evoluciones aerodinámicas imposibles para cualquier avión convencional. De repente aceleró, para desaparecer a una tremenda velocidad».
El hecho de que el general Memling no pudiese describir el incidente sin soltar risitas ahogadas, despertó las sospechas de los investigadores. El general confesó más adelante que acababa de salir  de una proyección de La guerra de los mundos en el cine de la base, y que «le había entusiasmado». Detalle irónico, el general Memling dio parte de otro ovni en 1976, pero no tardó en descubrirse que, también él, había visto la nariz de Sir Chester Ramsbottom, acontecimiento que sembró la consternación en las Fuerzas Aéreas y que finalmente condujo al general ante un consejo de guerra.
Muchas apariciones de ovnis, pues, se explican satisfactoriamente, pero ¿y las que no pueden explicarse? Presentamos a continuación algunos de los desconcertantes  casos de encuentros «inexplicados», el primero comunicado por un vecino de Boston en mayo de 1969: «Estaba paseando por la playa con mi esposa. No es una mujer demasiado atractiva. Está muy gorda. El caso es que la llevaba tirando de un carrito. En un cierto momento, alcé la mirada y vi un gigantesco platillo blanco, que parecía estar bajando a gran velocidad. Creo que el pánico se apoderó de mí, pues solté la cuerda del carrito de mi mujer y salí corriendo. El platillo dio una pasada justo sobre mi cabeza y oí una voz metálica que decía “Llame a su centralita”. Al llegar a casa, telefoneé a mi servicio de mensajes y me dijeron que mi hermano Ralph se había mudado y que le reexpidiese toda la correspondencia a Neptuno. Jamás volví a verle. Mi mujer sufrió una fuerte crisis nerviosa de resultas del incidente, y ahora es incapaz de conversar sin ayuda de un polichinela».
Testimonio de I. M. Axelbanks, de Athens, Georgia, febrero de 1971: «Soy un piloto experimentado. Cuando volaba en mi Cessna privado de Nuevo México a Amarillo, Texas, para bombardear a ciertos individuos con cuyas creencias religiosas no estoy del todo de acuerdo, vi que a mi lado se movía un objeto volante. Lo tomé al principio por otro aeroplano, hasta que emitió un rato de luz verde, obligando a mi aparato a descender dos mil quinientos metros en cuatro segundos, con lo que mi bisoñé salió disparado e hizo en el techo un agujero de cuarenta centímetros. Pedí con insistencia ayuda por radio, pero por alguna razón sólo pude conectar con el viejo programa “Esta es su vida”. El ovni volvió a pegarse a mí otra vez y luego se alejó a increíble velocidad. Como me había desorientado, tuve que hacer un aterrizaje de emergencia en la autopista. No tuve el menor problema hasta que, al querer pasar un peaje, se me rompieron las alas».
Uno de los encuentros más insólitos ocurrió en agosto de 1975 y tuvo por protagonista a un vecino de Montauk Point, en Long Island: «Me hallaba yo acostado en mi casa de la playa, pero no podía dormir pensando en que se me antojaba una pechuga de pollo que había en la nevera. Esperé a que mi mujer se quedase traspuesta, y fui de puntillas a la cocina. Eran las cuatro y cuarto en punto. Estoy completamente seguro, porque el reloj de la cocina no funciona desde hace veintiún años y marca siempre esa hora. Observé también que Judas, nuestro perro, se comportaba de un modo extraño. Estaba erguido sobre sus patas traseras, cantando “Cómo me gusta ser una chica”. De pronto una deslumbrante luz anaranjada inundó la cocina. Creí al principio que mi mujer, al pillarme picando entre comidas, le había pegado fuego a la casa. Me asomé a la ventana y no di crédito a mis ojos: un aparato gigantesco en forma de cigarro revoloteaba sobre las copas de los árboles del jardín, emitiendo un resplandor anaranjado. Permanecí atónito quizá varias horas, pero como el reloj seguía marcando las cuatro y cuarto, no sabría decirlo. Por fin, una larga garra metálica salió del artefacto, se apoderó de los dos muslos de pollo que tenía yo en la mano, y se retiró con rapidez. Entonces la máquina se elevó y, acelerando a gran velocidad, desapareció en el horizonte. Cuando di cuenta de lo sucedido a las Fuerzas Aéreas, me contestaron que lo que había visto era una bandada de pájaros. Al protestar, el coronel Quincy Bascomb me prometió personalmente que las Fuerzas Aéreas me devolverían los dos muslos de pollo. Pero hasta la fecha sólo me han dado uno».
Para terminar, he aquí lo que les ocurrió, en enero de 1977, a dos obreros de Louisiana: «Roy y yo estábamos pescando anguilas en el pantano. Yo me la paso muy bien en el pantano, Roy lo mismo. No estábamos bebidos, aunque nos habíamos traído un galón de cloruro metílico, que solemos alegrar con un chorrito de limón o una cebollita. El caso es que, hacia la medianoche, vimos cómo una bola amarilla muy brillante descendía sobre el pantano. Roy le pegó un tiro, creyéndose que era una cigüeña, pero yo le dije:
»—Roy, que no es una cigüeña, ¿no ves que no tiene pico?
»Es así como se conoce a las cigüeñas. Gus, el hijo de Roy, tiene pico, y se cree que es una cigüeña. La cosa es que, de repente, se abrió una puerta en la bola y aparecieron varias extrañas criaturas. Parecían radios portátiles, solo que con dientes y pelo corto. También tenían patas, pero con ruedas en vez de dedos. Las criaturas me hicieron señas de que me acercara, a lo cual obedecí, y me inyectaron un fluido que me hizo sonreír y actuar como Erredos-Dedos. Hablaban entre sí una extraña lengua, que sonaba como cuando aplastas a un tío gordo al dar marcha atrás con el coche. Me llevaron a bordo de la máquina, para hacerme lo que me pareció una revisión física completa. No me opuse, ya que no me había hecho un chequeo en dos años. Cuando terminaron, ya dominaban mi idioma, aunque cometían pequeños errores, diciendo por ejemplo “hermenéutica” cuando querían decir “heurística”. Me contaron que venían de otra galaxia y estaban aquí para decirle a los terrestres que debíamos aprender a vivir en paz o volverían con armas especiales para planchar a todos los primogénitos varones. Añadieron que tendrían los resultados de mi análisis de sangre en un par de días y que, si no me decían nada, pues adelante y que me casara con Clair».






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