Tuesday, February 4, 2014

Toni García / Los que se van, los que se quedan

Philip Seymour Hoffman

Los que se van, los que se quedan

Repaso urgente a algunas de las muertes más ilustres del mundo del cine y a las biografías de algunos de los que se salvaron de la caída


    Pocos universos han sufrido tanto el impacto de las drogas como el del espectáculo y, en concreto, el del cine. Sometidos al escrutinio del ojo público las veinticuatro horas del día, ricos y famosos, jóvenes y adulados hasta la extenuación, los actores han sido una constante en la lista de víctimas de una plaga que no deja títere con cabeza y que llena –día sí, día también- las páginas de los medios de comunicación.
    La combinación letal lo es aún más (si cabe) al otro lado del Atlántico, donde las estrellas viven en un mundo impermeable, más solitario que blindado.


    El actor John Belushi.
    La muerte de Philip Seymour Hoffman ha servido para desatar unos cuantos infiernos, los habituales rankings, los reportajes de costumbre sobre aquellos que sucumbieron al demonio de las drogas (River Phoenix, John Belushi, Heath Ledger, Cory Monteith… añada los nombres que considere oportunos).
    Cuando al mejor actor de su generación le encuentran víctima de una sobredosis, todo es posible. La aparición, además, de medios de comunicación dedicados íntegramente al cotilleo y el chascarrillo, provoca que –dinero mediante- cualquier detalle relativo a la autopsia, el informe policial o los atestados judiciales se filtre con una facilidad asombrosa. Mientras se escriben estas líneas ya circulan por la red el –presunto- número de papelas que había en casa de Seymour Hoffman, las conclusiones forenses, el índice de estupefacientes y opiáceos en la sangre del actor y hasta la ropa que llevaba puesta. Pronto alguien se atreverá a publicar lo que pensaba momentos antes de cerrar los ojos.


    El actor Heath Ledger, en el filme Brokeback Mountain. / AP
    Aún se recuerda en Hollywood el ruido que provocó la muerte del mencionado Ledger, allá por 2008, cuando algunos ofrecieron auténticas locuras por el diario del actor, en el que supuestamente se reflejaba el estado mental que le condujo a la muerte. El diario nunca apareció, y con él se esfumó la idea de sacar más jugo a la muerte de un gran intérprete en la cima de su carrera. Alguien debería haber escrito, a modo de escarmiento, lo triste que es perseguir fantasmas que llevan encadenado al pie una bola de latón.
    Pero ¿y qué hay de los que se quedan?


    El actor Robert Downey jr. / CORDON
    Pocos recuerdan en estas fechas a personas como Robert Downey Jr, Michael Douglas, Matt Damon, Samuel L. Jackson, Drew Barrymore o Robin Williams. Probablemente porque el hecho de que sus coqueteos con el alcohol, la cocaína y la heroína no acabó con ellos en el cementerio o sus cenizas en el océano. Los que se quedan tendrán que seguir soportando que sus debilidades (llámense adicciones, o rupturas, o –simplemente- un mal día) se expriman con todo lujo de detalles para que el público puedo comprobar que –al final, sí- también ellos eran humanos. También ellos tenían vecinos que les daban los buenos días, amigos que les echarán de menos y familias a las que proteger. No está de más recordar que el añorado Seymour Hoffman tenía tres hijos, de edades comprendidas entre los seis y los once años. No debería ser naif pedir comprensión (si no respeto) sobre todo aquello que tenga que ver con la muerte de un actor. Confirmada la sobredosis de Seymour Hoffman, la sustancia que la provocó y el destino final del intérprete, no debería quedar mucho más que ofrecer al rebaño. O quién sabe, quizás ahí empieza la historia que no interesa contar: la del hueco que tocará tapar a los que aún siguen aquí..





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