El Man Booker premia a Lydia Davis, virtuosa del relato corto
FERNANDO MORENO / MADRID
Día 23/05/2013 - 00.56h
La escritora estadounidense, apasionada de la belleza,
se alza en Londres con el preciado galardón literario
«Observo a la gente y a las cosas, y también a mí misma. La escritura te permite coger distancia y me ayuda a entenderme». Este es el manual de instrucciones con el que la estadounidense Lydia Davis elabora sus libros que anoche le valieron, en una gala celebrada en Londres, el premio Man Booker Internacional. Virtuosa del relato corto y considerada uno de los gigantes silenciosos de la ficción norteamericana, esta escritora, traductora, profesora y crítica literaria, es una auténtica amante de los retos y apasionada de la belleza del lenguaje.
Alabada por Joyce Carol Oates, quien la ha calificado de «ágil, hábil, irónica y sorprendente», y señalada por Jonathan Franzen como uno de los pocos escritores «que hacen que las palabras sean tan importantes», Lydia Davis es poco conocida en España, donde sí se han publicado «Cuentos completos» (Seix Barral, 2011). En él se reúnen todos sus relatos cortos, algunos de ellos minimalistas de apenas un par de líneas. Este formato literario, que ella embadurna de poesía, filosofía y con un aderezo de humor en prodigiosa simbiosis, le han valido fama y prestigio internacional. Los críticos han destacado de este libro su «lucidez, brevedad aforística, originalidad formal y sabiduría humana». Una voz única y brillante en el mundo literario.
Nacida en Massachusetts en 1947, Lydia Davis siempre se ha confesado como una entusiasta lectora de Nabokov, Hardy, Joyce o Dostoievsky. Sus traducciones de Flaubert o Proust al inglés han sido ampliamente reverenciadas. Finalista del National Book Award Fiction, en 2007, Lydia Davis fue la primera esposa de Paul Auster, con quien estuvo casada entre 1974 y 1978.
Es de esperar que este prestigiosa galardón sirva ahora para que Lydia Davis sea considerada como una de las mejores voces de la literatura estadounidense en la actualidad. Su nombre debería empezar a codearse con los mejores a la hora de elaborarse las quinielas para los mejores premios literarios del año.
Torsiones y distorsiones
Por Mª Ángeles Cabré
Noviembre 2011 | Tags:
Cuando en 1976 Raymond Carver publicó su primer libro de relatos,¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, el clima era propicio. El esfuerzo de revistas como The New Yorker –que todavía incluye un relato semanal– contribuía a familiarizar al público lector con ese formato.
Aquí la coyuntura del cuento es bien distinta y ni los editores se pelean precisamente por incentivarlo ni los lectores lo consideran algo más que un género menor. Afortunadamente, aunque estamos a años luz del panorama norteamericano (el que sentó sus bases en los cincuenta y sesenta, cuando se publicaba a Bellow y Roth, y el actual, que sigue teniendo el cuento en alta estima), ahora está viviendo un pequeño auge.
El trabajo de Lydia Davis (Massachusetts, 1947), acaso una de las representantes más brillantes del paisaje narrativo actual y casi desconocida entre nosotros –hasta la fecha solo disponíamos de uno de sus libros de cuentos, Samuel Johnson está indignado (Emecé, 2004)– es hijo del apogeo de ese “género menor” que ha durado décadas en Estados Unidos, y que ha permitido la eclosión de múltiples variantes que se retroalimentan a modo de vasos comunicantes y exhiben una riqueza de estilos y enfoques digna de envidia (Cheever, Joyce Carol Oates, Foster Wallace, Lorrie Moore...). No recuerdo que su único libro traducido tuviera gran eco, pongamos que unos mil lectores accedieran a él. Mil lectores que sin duda debieron de sentir la fascinación que despierta su arrojo literario, fundado ante todo en la capacidad de asunción de riesgos (por poner un ejemplo fácil, el cuento que da título al citado volumen consta de una sola frase).
Aun así, no deja de ser una apuesta audaz que Seix Barral se haya lanzado a publicar sus Cuentos completos sabiendo que para amortizar la inversión necesitará vender muchos más ejemplares. Bien es cierto que pueden cubrirse las espaldas diciendo que este ladrillo que pesa ochocientos gramos viene avalado por Los Angeles Times y el San Francisco Chronicle, que lo eligieron el mejor libro del año; por no hablar de la excelente versión que ha hecho Justo Navarro, siempre garantía de calidad. Quiero pensar que la editorial, y con ella el traductor, han hecho una aportación casi desinteresada a la urgente transformación de la narrativa imperante, que luce tan decimonónica como esos salones presididos aún por un bodegón donde coexisten ajos y perdices.
Davis, hija de un crítico literario y una novelista, casada en primeras nupcias con Paul Auster, es profesora de escritura creativa en la Universidad de Albany y traductora del francés, responsable de versiones de Flaubert, Foucault y Proust. Queda claro que se ha nutrido de libros desde la infancia, de ahí que sus piezas vayan más allá del vulgar “voy a contar una historia”, algo que se espera incluso de un camionero en un bar de carretera. Precisamente Carver en un texto crítico saca a colación la brillante frase de Scott Fitzgerald que reza: “Coloca la silla al borde del precipicio y te contaré una historia.” Parafraseándole, podríamos afirmar que Lydia Davis coloca la silla al borde de la literatura y nos cuenta una historia. Mejor dicho 197 historias –las que se incluyen en este volumen–, resultado de reunir sus cuatro libros de relatos publicados hasta hoy: el citado Samuel Johnson está indignado, Desglose (1986), Sin apenas memoria (1997) y Variedades de perturbación (2007).
Si no le gustan las historias con planteamiento, nudo y desenlace, este es su libro. Si los cuentos donde los personajes tienen nombre, apellido e incluso antecedentes penales le hastían, este es su libro. Absténganse los lectores demasiado apegados a conceptos como verosimilitud y credibilidad. Brevedad, humor y un interesante manejo de la elipsis constituyen algunos de los pilares sobre los que se asienta la literatura de Lydia Davis. Sirva como muestra el comienzo del relato “Trabajo municipal”:
Por toda la ciudad hay ancianas negras que han sido contratadas para llamar a la gente por teléfono a las siete de la mañana y preguntar con voz apagada si está Lisa. Es un trabajo que pueden hacer en casa. Estas mujeres forman parte de un ejército de empleados municipales que se ocupan de llamar a números equivocados. El mejor pagado de todos es un indio de la India capaz de insistir en que no se ha equivocado de número.
Davis es por un lado capaz de dotar a un relato de profundidad en un espacio muy breve, es decir con muy pocos medios expresivos, y por otro partidaria de que el cuento incluya “formas más excéntricas” (son palabras suyas). De ello deja constancia en notables ejercicios como “Extractos de una vida”, donde utiliza fragmentos del libro en que se basa el método Suzuki de aprendizaje musical. Por su parte, en el extenso relato titulado “El viaje de Lord Royston” emplea fragmentos de las cartas que el propio lord, erudito en estudios clásicos, remitía a casa durante su periplo alrededor del mundo.
Mucho menos discursivos que los largos, sus cuentos breves crecen en la mente del lector (como es deseo confeso de la autora) a partir de un empleo muy certero del lenguaje, donde la voluntad minimalista parece tener un gran peso y se sigue el precepto de Pound según el cual la precisión y la exactitud son la única moral de la escritura. Mayoritariamente, como dijo Guelbenzu, Davis retrata “gente media que vive permanentemente derrotada” (El País, 11 de junio de 2011) y hace que la vida cotidiana destelle de un modo inusual.
Resumiendo, hay una gran capacidad en ella de abrir nuevas sendas en el relato, también una lucidez psicológica muy novedosa. Si Carver dio un paso adelante en el camino hacia la renovación del cuento clásico, ahora lo da Lydia Davis. Quizá se le podría reprochar que la excesiva consciencia de lo que está escribiendo, y el tono displicente que sobrevuela su obra, provoque cierta frialdad: ese espacio vacío que genera entre el lector y el texto probablemente sea su mayor virtud y su mayor defecto. ~
Lydia Davis
Cuentos completos
Traducción de Justo Navarro, Barcelona, Seix Barral, 2011, 752 pp
Lydia Davis |
CUENTOS COMPLETOS DE LYDIA DAVIS
Por Lector Malherido
Sí, al mogollón. Cuando un poeta acumula en un sólo volumen sus versos y consigue por fin un libro de más de 64 páginas debe sentir ese placer y esa dignidad que sentimos todos al echar cuentas una tarde del total de las tías que nos hemos follado. Para los cuentistas, igual.
El novelista, sin embargo, no puede hacer lo mismo porque en su carrera bibliográfica se apelotonan muchas tías/títulos de los que ya ni se acuerda. Y si se acordara, se avergonzaría.
Entonces vienen poetas y cuentistas, relatadores, con todo su amor amontonado y un título tan anodino como su vida sexual: completo.
Lo completo persigue establecer los límites de un talento, y por eso da como pena que los autores que ven en vida sus Obras Completas no se mueran enseguida, que es lo que deberían hacer, y no otro libro, pie suelto de sus últimos gases creativos.
Lydia Davis ha visto publicado en castellano este curso este Cuentos completos (Seix Barral, 28 euros) en edición antañona y antigua, deliciosa. Sólo le falta la cintita marcapáginas incorporada para sentirnos como esos lectores antiguos que arrastraban por la superficie de las cosas la colita de los libros.
Se reúnen 5 títulos de Lydia y medio millar de relatos: algunos son de una sola frase o de un sólo párrafo: microrrelatos habemus.
El conjunto me ha empachado un poco, pero leídos remansadamente hemos de reconocer el gran descubrimiento que supone esta autora, una americana que deja atrás el cuento-escena de mi marido se me divorcia y yo me veo gorda en su sonrisa infiel en favor de cuentos imaginativos, desconcertantes, que van muchos también de mujeres divorciadas y solas pero que tienen ya otros problemas mucho más narrativos. También hay cuentos-aporía bastantes y cuentos-tuit en abundancia y cuentos-epigrama cada tanto.
Lo más importante de este libro es entender que los libros de cuentos no necesariamente tienen que ser un coñazo, que el cuento abierto seguido de otro cuento abierto y del mismo tono, y ahora uno cortito y ahora uno de 20 págs., hace del volumen de cuentos un tránsito agradable, frente a la habitual gimnasia carcelaria de leer 12 cuentos perfectos y predecibles y extenuantes.
Como sigo siendo el rey, me lo han regalado. Con corazones a bic, [suspirito].
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