Monday, July 8, 2013

Joël Dicker / La verdad sobre el caso Harry Quebert

Joël Dicker

LA VERDAD SOBRE EL CASO 
HARRY QUEBERT

El hábito de mentir

La simplicidad o facilidad de 'La verdad sobre el caso Harry Quebert' es solo aparente

La novela de Dicker trata sobre la costumbre humana de simular, fingir y mentir




'La verdad sobre el caso Harry Quebert' se desarrolla en Aurora, una pequeña localidad costera inventada de Nueva Inglaterra. / DK LIMITED / CORBIS
El 30 de agosto de 1975, en Aurora, mínima ciudad de New Hampshire a orillas del Atlántico, desapareció Nola Kellergan, de 15 años, y mataron de un tiro a la anciana que la vio por última vez. Al cabo de tres décadas, el 12 de junio de 2008, encuentran el cadáver de la niña en el jardín de un clásico de la literatura angloamericana contemporánea, Harry Quebert, de 67 años. La víctima había sido enterrada con el manuscrito de la obra esencial del genio, Los orígenes del mal, “uno de los libros más vendidos de los últimos cincuenta años en Estados Unidos”. El escritor, acusado de dos asesinatos, ve desde la cárcel cómo su novela se convierte de pronto en literatura diabólica, eliminada de las bibliotecas y de los planes de estudio, perverso mensaje de amor para una niña.
Markus Goldman, joven estrella del negocio editorial, autor de una sola novela superventas y antiguo alumno del presunto asesino, acudirá en ayuda de su maestro, decidido a investigar y demostrar su inocencia. El nuevo fenómeno literario sufre en ese momento una insuperable crisis creativa, desesperado e incapaz de escribir una letra, mientras su editor le pide la novela que tenía comprometida y lo amenaza con una demanda millonaria por incumplimiento de contrato. Instalado en la mansión de Quebert, estudiando unos crímenes que sucedieron hace más de treinta años, ávido de información sobre las vidas ajenas, Goldman graba conversaciones con los vecinos de Aurora y entrevistas con el sospechoso en el locutorio de la cárcel, y un día se descubre escribiendo su nuevo libro. Escribir una novela resulta equivalente a investigar un doble caso de asesinato, y devolverle el buen nombre al supuesto criminal será también restituirle a la literatura la gloria perdida.

En la obra de Dicker
se cruzan, como mínimo, cuatro novelas distintas y distintas verdades sucesivas
La verdad sobre el caso Harry Quebert es la segunda novela de Joël Dicker (1985), suizo francófono, poseído por los misterios de la literatura popular desde su debut, Los últimos días de nuestros padres, intrigas en torno a la resistencia francesa y los servicios secretos británicos durante la II Guerra Mundial. La historia de Harry Quebert me ha recordado dos novelas españolas innovadoras en su tiempo, Los dominios del lobo (1971), de Javier Marías, y La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza. Además de los clásicos enigmas policiacos, Joël Dicker domina la imaginería cinematográfica y televisiva de los últimos años, los clichés de las novelas juveniles para adultos, e incluso de los libros de autoayuda, porque entre las más de seiscientas páginas de La verdad sobre el caso Harry Quebert cabe también un breve manual de auxilio para escritores estériles. Pero lo más característico de esta novela es su aire de cuento de hadas, sus niños que se quejan perdidos en el bosque, lastimados por ogros, brujos y criaturas muertas. Dicker parece escribir después de ver alguna película del pionero del cine Louis Feuillade, Fantomas, por ejemplo, con su acumulación improbable y fabulosa de sorpresas. Hay algo fantástico en la precisión cinematográfica con que el narrador, el joven Markus Goldman, transcribe lo que ocurrió hace 33 años, día a día, con fecha, hora y momento exacto de cada acción y cada palabra.
El escritor Goldman disfruta de su investigación en la tranquila Aurora, sin dejarse asustar por amenazas anónimas ni pirómanos con instintos homicidas, mientras los vecinos le cuentan cómo celebraron en 1975 el día de la Independencia y el baile de verano entre excursiones a la playa y fiestas en el jardín, y cómo Nola Kellergan, la niña del clérigo, gritaba en su casa y el reverendo ponía jazz a todo volumen, siempre el mismo disco. Al drama se suma el humor, y a los consejos literarios del maestro paternal y posible asesino se añaden a través del teléfono las admoniciones prácticas de la desquiciada madre de Goldman. En La verdad sobre el caso Harry Quebert se cruzan, como mínimo, cuatro novelas distintas y distintas verdades sucesivas. “La responsabilidad del escritor es decir la verdad”, anota el narrador, pero tanto él como su modelo, Quebert, son dos farsantes confesos. La novela de Joël Dicker pertenece a ese tipo de literatura que genera literatura, es decir, que invita a continuar inventando novelas. Su simplicidad, sencillez o facilidad es solo aparente, y de eso trata el caso Quebert: de la costumbre humana de simular, fingir y mentir.

La verdad sobre el caso Harry Quebert. Jöel Dicker. Traducción de Juan Carlos Durán Romero. Alfaguara. Madrid, 2013. 670 páginas. 22 euros (electrónico: 10,99)

El País

«Llega el fenómeno Dicker... El sucesor de Stieg Larsson y E. L. James... Entretenimiento en vena... Un “vuelapáginas” que será la novela del verano... Terriblemente adictivo.»
Antonio Lozano, La Vanguardia

Los enigmas de la verdad

'La verdad sobre el caso Harry Quebert' es un 'thriller' a la americana de 700 páginas

El libro fue una sorpresa literaria y viene precedido de un gran éxito editorial en Francia

El suizo Jöel Dicker estuvo a punto de tirar la toalla, tras cinco novelas sin publicar


Por Lola Galán, 22 JUN 2013 - 00:03 CET



El desconocido Joël Dicker se ha convertido en el autor revelación de la temporada. / CARMEN VALIÑO
Las fans que le piropean en su cuenta de Twitter no habrían reconocido a Joël Dicker en el tipo altísimo, enfundado en vaqueros, suéter de lana, chaleco deportivo y bufanda al cuello, que avanza por el vestíbulo del hotel, en Londres. El detalle que despista son esas gafas graduadas de montura oscura con las que Dicker no aparece en ninguna de sus fotos promocionales. Pero aquí no hay peligro de despistar a ninguna admiradora, porque nadie conoce aún al autor revelación del momento. Al escritor que, a los 27 años, cosechó el año pasado un éxito abrumador en Francia, con una sola novela, La verdad sobre el caso Harry Quebert, varias veces premiada y aplaudida por la crítica y el público, que lleva vendidos más de 750.000 ejemplares.
Las cosas cambiarán pronto porque su libro, editado en español por Alfaguara, saldrá también en inglés, y en una treintena de idiomas en los próximos meses.
Dicker (Ginebra, 16 de junio 1985) tiene una voz apagada y modales educados. El segundo de cuatro hermanos (dos chicos y dos chicas), puede decirse que ha crecido en el ambiente ideal para un escritor de lengua francesa: su madre es librera, su padre, profesor de francés.
Aplaudido por la crítica literaria francesa, con pocas excepciones (el diario Le Monde); ganador del premio de novela de la Academia Francesa; del que otorga la prestigiosa revista Lire, y a un voto de llevarse el Goncourt, Dicker ha conquistado a los jóvenes, que eligieron su libro como el preferido entre los diez finalistas del Goncourt el año pasado. Desde entonces ha experimentado el asedio de los editores europeos, que han visto en su novela La verdad sobre el caso Harry Quebert una convincente sucesora de Millenium.
Pero Dicker no parece impresionado por la publicidad que le presenta como una mezcla de Larsson, Nabokov y Philip Roth. Obviamente, le halagan las dos últimas comparaciones, pero respecto a la tercera, corta tajante: “No he leído Millenium. Uno no tiene tiempo para todo”.

Mi generación tiene que estar permanentemente vigilante, porque somos demasiados. Quieres trabajar y no hay trabajo
Claro que es un detalle secundario. Lo importante es que su novela está disponible en español y que se negocia la posibilidad de llevarla al cine. Es evidente que el escritor suizo está a punto de atravesar un umbral soñado: el de la fama planetaria.
“Nunca imaginé un éxito así”, reconoce Dicker, un escritor precoz con seis novelas en su haber, aunque solo ha publicado las dos últimas. “Las enviaba a los editores y no les interesaban a ninguno. Ya me estaba planteando dedicarme a otra cosa, porque cuando la gente te dice “esto no va”, uno se plantea dejarlo. Así que decidí escribir mi último libro. Y cuando lo terminé, pensé, ¿quién va a leer esto tan largo?”.
Para entonces, sin embargo, su primer manuscrito no publicado había recibido el premio de los editores de Ginebra y despertado el interés de Vladimir Dimitrijevic, editor de L’Âge d’homme, que lo publicó (un lanzamiento póstumo para Dimitrijevic, que murió en un accidente de tráfico a finales de 2011) en colaboración con la francesa Editions de la Fallois en enero de 2012. Dimitrijevic leyó además el voluminoso texto con el que Dicker pensaba despedirse de la literatura. Y, entusiasmado, propuso al dueño de Editions de la Fallois publicarlo conjuntamente en Suiza y Francia ese mismo año. El libro fue un éxito inmediato.
Estamos ante una novela americana de intriga que se desarrolla en Aurora, una pequeña (e inventada) localidad costera de Nueva Inglaterra, donde un escritor consagrado es acusado del asesinato de una joven del pueblo, ocurrido 30 años atrás. Su pupilo, Marcus Goldman, escritor de éxito fulminante con un solo libro, llegará en su ayuda para librarle de la silla eléctrica y averiguar muchas cosas en el proceso.
—¿Por qué Nueva Inglaterra?
—Es un sitio que conozco bien. Pasaba casi todos los veranos de mi infancia allí. Tengo familia en Washington y tienen una casa de vacaciones en la costa. He revivido esta experiencia en el libro.
Dicker se revela como un hábil constructor de tramas en estas casi 700 páginas, por las que desfilan una veintena de personajes. La novela, con su convincente reconstrucción de la vida provinciana en la Costa Este estadounidense, se lee con la avidez de llegar al final y encontrarse con la verdad prometida.
Aunque los grandes escritores rara vez se aventuran más allá de los territorios conocidos, Ginebra no se prestaba a ser el escenario de esta trama. “Además”, dice Dicker, “los jóvenes de mi generación hemos crecido en un mundo con menos fronteras. En Europa ya no se necesita el pasaporte para ir de un país a otro”. El mundo de hoy es un interminable territorio global donde todo se mezcla y se confunde. Él mismo es suizo, pero lleva sangre franco-rusa en las venas, y tiene parientes en Estados Unidos. Viajero constante, Dicker ve los aviones como tranquilos salones de lectura. Aunque amenazados, por lo que cuenta. “He leído, con terror, que Air France ha inaugurado su primer vuelo París-Nueva York con wifi. El wifi es lo que nos va a volver a todos locos. Ahora con el móvil puedes ver tus mensajes electrónicos, conectar con Internet, estar pendiente de mil cosas. Es una pena”.
—Pero usted pertenece a una generación electrónica. ¿O es distinto de la gente de su edad?
—No, no. Soy como los demás. Lo que me parece es que estamos rodeados de distracciones, por eso hay que autodisciplinarse. La gran diferencia con la generación de mis padres es precisamente esta obligación. Por ejemplo, en Ginebra, en los años sesenta, cuando mi padre era pequeño, se presionaba a la gente para que usara el coche al máximo, porque era bueno para la economía. Te aconsejaban incluso beber y conducir. “No te metas en carretera sin haber bebido un litro de vino”, decían los anuncios. Todo era posible. Hoy, de entrada, ya te dicen que prescindas del coche, que hay demasiados, que contaminan. Te aconsejan el tranvía. Y sobre todo, no bebas si conduces. Es bueno, es normal que se haga esa advertencia, no me refiero a este aspecto. Lo que quiero decir es que mi generación tiene que estar permanentemente vigilante, porque somos demasiados, demasiados coches, demasiado de todo. Quieres trabajar y no hay trabajo, quieres gastar y no hay dinero. No hay un solo espacio para los jóvenes en el que se nos diga: “Podéis hacer lo que queráis”. Por eso digo que el estado de ánimo de mi generación es más difícil, uno se dice, “todo se ha fastidiado”. A nuestros padres se les decía: “¡El mundo es vuestro!”. A nosotros se nos dice que el mundo está fastidiado y que hay que salvarlo. Somos una generación sin utopías.

Buscan libros camaleón. Tan pronto son Las  sombras de Grey como la novela negra. ¿Dónde queda la diversidad?
La crisis no ha hecho más que ahondar un poco más en esos problemas. Aunque él sea uno de los poquísimos jóvenes afortunados, triunfador total al que le esperan jugosos contratos millonarios. Un poco como a su personaje Marcus Goldman. Un tipo de 30 años, multimillonario y superfamoso gracias a un solo libro.
“Marcus y yo tenemos poco en común”, protesta Dicker. “Hombre, tenemos más o menos la misma edad, escribimos, etcétera. Cuando comencé a escribir la novela, yo tenía 25 años, acababa de terminar Derecho, y mi personaje principal, Marcus, tenía también 25 años, había estudiado lo mismo, escribía, y tampoco tenía éxito. Entonces me dije, ‘esto no funciona’. Me di cuenta de que tenía que ofrecerle otra cosa al lector, algo que estuviera más en el plano de los sueños, que fuera placentero. E imagine a Marcus cinco años mayor. Y le convertí en un escritor de éxito”.
La verdad sobre el caso Harry Quebert es un libro de escritores, en el que el maestro y el alumno hablan con frecuencia del oficio de escribir, de las cualidades humanas que requiere. Un escritor sería un ser infinitamente comprensivo, con las debilidades y sufrimientos humanos, como si los hubiera experimentado todos en carne propia. En realidad, sin embargo, el oficio de escritor es un trabajo solitario que requiere aislamiento. “Doblemente solitario”, admite Dicker. “Por un lado, lo es por el acto físico de escribir. Cuando escribo estoy solo en mi oficina. Hay otros trabajos que se hacen en soledad, pero además, la creación exige, por decirlo así, soledad mental. Y después hay que hacer otro trabajo de promoción. Estamos hablando de un libro que terminé hace dos años, del que se siente uno un poco distante porque ya estoy en otro tema, en otro proyecto, pero tengo que volver atrás para hablar de este libro”.
Escribir su novela de intriga le llevó dos años, cuenta. Dos años para encontrar una voz que fuera creíble a la hora de recrear el ambiente de un pueblecito costero americano en 2008, año de la elección del presidente Barack Obama. Todo un desafío. “Cada vez que se describe un país, una atmósfera, un idioma, en otra lengua es un desafío para el autor. Y cada vez que un autor escribe sobre otro país introduce siempre algún artificio. Por ejemplo, si la novela se desarrolla en Roma, y el escritor es francés, incluirá frases en italiano del tipo: ‘¡Buon giorno, Vicenzo! ¡Arrivederci…!’. Y cosas por el estilo. Y eso me parece una debilidad. Yo quería ser capaz de recrear una atmósfera de un país extranjero sin utilizar ese recurso, escribiendo en francés”. La única vía era encontrar un francés flexible, compatible con el americano. Con el de los diálogos trepidantes de las series de televisión.
Y luego, el reto de hacerlo creíble. El relato y los personajes. Qué opina del consejo del escritor John Gardner a su alumno Raymond Carter: “Recuerda que tú no eres tus personajes. Son ellos los que tienen que ser tú”.

A nuestros padres se les decía: ¡El mundo es vuestro! A nosotros, que el mundo está fastidiado y que hay que salvarlo
—Es muy cierto. Porque es necesario que los personajes vivan por sí mismos, que tengan una existencia propia. Que vivan a través del escritor, pero con vida propia. Si un personaje vive por sí mismo, eso quiere decir que podrá funcionar la acción a través de él. Si no, será muy difícil establecer la relación entre el lector y el personaje.
Se ha dicho que La verdad sobre el caso Harry Quebert está escrita un poco al estilo de Philip Roth. Lo cierto es que el libro está lleno de homenajes al gran escritor americano. El protagonista es judío y nació en Newark; uno de los personajes trabaja en una fábrica de guantes, como en Pastoral Americana, y el boxeo, tema querido de Roth, aparece también aquí.
“Hay homenajes a Roth, pero también a Nabokov, a Steinbeck, a Romain Gary, a Hemingway, a todos ellos”, responde Dicker, “porque es un libro sobre un alumno y un maestro. Y por eso era divertido meter homenajes a todos esos escritores”.
—¿Entonces no es cierto que Roth sea su favorito?
—No, es que a veces las respuestas se sacan de contexto. Lo que dije es que entre los escritores que me han marcado, Roth es el único todavía vivo. Pero, bueno, es cierto que es un escritor clave en la literatura moderna. Sí, posiblemente, es el mayor de los escritores vivos.
Después de todo, Dicker se declara admirador sin fisuras de la gran novela estadounidense. “Quizás es la literatura que conozco mejor. No digo que sea más importante que otra. Es una cuestión muy personal. A unos les puede interesar más la literatura sudamericana, a otros la china. A mí lo que me gusta de la literatura americana es que cuenta historias. Una historia, una aventura lineal y luego a través de ella una historia de Estados Unidos. Y eso es lo que me parece que la hace más interesante, más rica”.
Difícilmente esos autores hubieran podido escribir sus grandes obras con editores como el de Marcus Goldman, en La verdad sobre el caso Harry Quebert, Roy Barnaski, que solo quiere un bombazo a cualquier precio. “Barnaski representa a los empresarios actuales, obsesionados por las cuentas, los accionistas, las cifras de venta, los beneficios, hasta el punto de que a veces se olvidan de a qué se dedican realmente. No es solo culpa suya. Es una crítica humorística sobre hasta qué punto, a veces, se ven los libros como un producto más. Pienso en el marketing que se ha hecho, por ejemplo, en torno a lanzamientos como el de Dan Brown, con su traductor encerrado durante un mes en un búnker, y eso es una locura. Porque al fin y al cabo es un libro, y el libro tiene que ser juzgado por su contenido. No por esas piruetas de mercadotecnia.
—Pero los libros, hoy día, son también productos.
—En todo caso, muy especiales. Por muchos fuegos artificiales, conferencias y presentaciones que se hagan, cuando uno abre el libro, si no es bueno, no queda nada.
Dicker lamenta el empeño de las editoriales de buscar best sellersinternacionales, aunque a él le haya beneficiado claramente. “Se busca algo que se venda bien en todas partes, y así se mata cualquier atisbo de diversidad. Se dice, Harry Potter funciona, pues todos los libros van por ahí, con niños-magos. Se buscan libros camaleón, sin color. Tan pronto son las Cincuenta sombras de Grey como la novela negra. ¿Dónde queda la diversidad de la cultura?”.
Pero sí es cierto que esta obsesión por acumular lectores puede ser negativa, tampoco le gustan los puristas, los que miran con suspicacia cualquier cosa que triunfe. Un grupo nutrido en Francia que discute las cualidades literarias de Dicker. “Cuando un libro tiene mucho éxito es porque es accesible a mucha gente, y por lo tanto es popular, y algo popular está mal visto en Francia, porque lo bueno es lo que solo es accesible a la élite. No estoy de acuerdo con eso. Yo estoy encantado de que mi libro guste, de que se venda”. Y viéndole posar, dócilmente, y sin gafas, para la fotógrafa hay que suponer que también le encanta acumular admiradoras en Twitter.

«Todo el mundo hablaba del libro. Ésta es la primera frase de La verdad sobre el caso Harry Quebert: una profecía autocumplida, pues el libro de Joël Dicker ya se ha transformado en un fenómeno mundial.»
Le Monde

El fenómeno editorial Joël Dicker desembarca en el mundo hispanohablante


06/11/2013 6:55 AM
Madrid, 11 jun (EFE).- La adictiva novela “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, del suizo Joël Dicker, desembarca la próxima semana en España, América Latina y Estados Unidos en español, uno de los 33 idiomas traducida desde el francés. “Ni en mis sueños más locos me habría imaginado algo así”, dice el escritor a Efe.
Y no es para menos: Dicker (Ginebra, 1985), que el próximo sábado cumple 28 años, es un recién llegado al mundo editorial.
Encumbrado con prestigiosos premios a la cima de la literatura francófona por su monumental y aplaudido “thriller” ambientado en EE.UU., pero que en realidad es una original mezcla de géneros, Dicker, de padres originarios de Francia y Rusia, no se esperaba “un éxito parecido”, insiste en conversación telefónica desde Ginebra.
Cosechó el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa 2012 y se quedó a solo un voto de hacerse también con el mítico Goncourt.
Sí que logró, por contra, el Goncourt de los Estudiantes y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa de 2012. Además de ser número 1 de ventas en Francia, con 750.000 ejemplares vendidos.
Ejemplares que se siguen multiplicando a buen ritmo en su versión en rumano e italiano y que dentro de una semana, el día 19 de junio, está previsto que salga en español en España, en América Latina y en Estados Unidos, donde hay un importante mercado editorial hispano.
El hecho de ser publicado por Alfaguara en español y en otros 32 idiomas por otras editoriales en tantos países, que ni sabe cuántos, a Dicker le parece “muy impresionante”, pero también “virtual”, ya que apenas acaba de empezar la promoción internacional.
Lo más “divertido”, reflexiona este licenciado en Derecho que escribió su “best seller” mientras trabajaba en el Parlamento de Ginebra, es que compuso este profundo retrato de la sociedad estadounidense con la idea de darse “una última oportunidad” como escritor, “si no funciona -se dijo- me dedicaré a otra cosa”.
Y, al menos por un buen tiempo, no tendrá que hacerlo. Su libro fue el más cotizado en la Feria de Fráncfort de 2012. Las subastas de todo el mundo superaron a las que originara Harry Potter.
“La verdad sobre el caso Harry Quebert” es la segunda novela publicada de Dicker, pero, en realidad, es la sexta que ha escrito. Las otras cuatro fueron sistemáticamente rechazadas por editores.
Modesto y exquisitamente afable, Dicker vive “impresionado”, aunque con aparente calma, el giro radical que ha dado su vida desde que un octogenario editor francés sacó su novela en agosto pasado.
Se trata de Bernard de Fallois (1926), presidente de Éditions de Fallois, “el editor francés más importante”, dice Dicker sin disimulada admiración hacia este “hombre increíble”, “un ser humano absolutamente excepcional”, con el que habla “todos los días”.
“La suerte de mi vida es poder aprender el oficio que hago con De Fallois”, confiesa, convencido de que este atesora el “ingenio de la literatura y de la edición”, además de un “gran sentido del humor”.
A De Fallois, Dicker llegó de la mano de Vladimir Dimitrijevic, de la editorial suiza L’Age d’Homme, quien descubrió su talento tras leer el manuscrito de “Los últimos días de nuestros padres”, obra ganadora del Premio de los Editores Ginebrinos 2010.
Una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial publicada conjuntamente por las editoriales de los dos viejos amigos, a quienes Dicker no duda en tildar de sus “hadas madrinas”, aunque “desgraciadamente Dimitrijevic no está aquí para ver esto”, lamenta.
El editor suizo murió en el verano de 2011 a los 77 años de edad en un accidente de tráfico cuando iba de Lausana a París precisamente para ver a De Fallois.
Finalmente, “Los últimos días de nuestros padres” vio la luz en enero de 2012 y a principios del verano de ese mismo año el joven abogado suizo hizo llegar a De Fallois otro voluminoso manuscrito.
Era “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, un libro con todos los mimbres para ser el próximo acontecimiento literario global, en la estela de la trilogía Milenium o del niño mago Harry Potter.
Descrita como un cruce entre Stieg Larsson, por su hábil uso de los resortes del “thriler”; Nabokov, por la creación de una nueva Lolita; y Philip Roth, a quien Dicker admira tanto como a Roman Gary, Paul Auster, Jonathan Frazen o Gabriel García Marquez.
Con un padre profesor y una madre librera, a quienes dedica su exitosa novela, Dicker devoró todo tipo de libros desde su infancia.
Lecturas que le dejaron un poso poliédrico que rezuma en la riqueza de recursos de su estilo, marcado también por su pasión por la música -tocó la batería en una banda de jazz y otra de rock-.
Su inspiración viene también del cine, una industria con la que ahora está en conversaciones para una posible adaptación de su gran novela sobre los Estados Unidos de todos los excesos. Un país en el que pasó todos los veranos y del que ama sus “grandes espacios”.
Tanto como ama la “libertad” del oficio de escritor. “Hay que aguantar. El verdadero éxito es ser capaz de durar. ¿Soy escritor? Creo que podré responder dentro de diez años.”


La Gran Novela Americana se pronuncia con acento francés

A pesar de esas 660 páginas que intimidan, la historia delineada por el escritor suizo atrapa al lector hasta el final: un escritor consagrado termina enredado en un asesinato con detalles y vueltas de tuerca que lo envuelven a él y a quien fue su discípulo.
Los libros son como la vida: nunca se terminan del todo. A veces el éxito se transforma en calvario y un escritor “ejemplar” puede basar su prestigio en una mentira piadosa. Hacer justicia no es trabajo exclusivo de la policía. Quién sabe si lo escrito en las primeras páginas será como una profecía autocumplida, si el mundo lector de habla hispana se rendirá al pie de la novela de La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara), del joven narrador suizo Joël Dicker –28 años recién cumplidos–, un nuevo fenómeno global presentado como un cruce de Larsson, Nabokov y Philip Roth. Al menos unos cuantos podrían repetir: “Su libro me tiene atrapado, Dicker, es imposible dejarlo”. ¿Por qué, desde el principio, se tiene la sensación de estar ante una especie de “milagro” de la ficción, al punto de que la herejía pasaría no por abandonar, quedarse en el camino o tirar la toalla, algo tan frecuente en la lectura, sino por no intentar la utopía de leerlo de un tirón, algo casi imposible debido a las 660 páginas? Todo comienza con una llamada a la central de policía. Un diálogo. Una emergencia. Una anciana de la inventada ciudad de Aurora, en New Hampshire, es testigo de un hecho: observa por la ventana de su casa cómo una joven es perseguida por un hombre en el bosque. Es el 30 de agosto de 1975, día en que Nola Kellergan, de 15 años, desaparece. Podría ser el preludio de un policial.
Las apariencias distan de ser ciento por ciento fiables. Luego de más de tres décadas de esta desaparición –33 años exactos, en junio de 2008– aparece el cadáver de Nola en el jardín de uno de los narradores americanos más leídos y respetados, Harry Quebert, de 67 años. La víctima había sido enterrada con el manuscrito de Los orígenes del mal, novela maestra publicada en 1976 que vendió más de quince millones de ejemplares y le permitió a Quebert obtener el National Literary Award y el National Book Award, dos de los premios literarios más prestigiosos del país. Una de las grandes figuras de la intelligentsia norteamericana –profesor universitario que además de dar clases en Burrows impartía numerosas conferencias–, entre lo mejor que había producido los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, es acusado oficialmente de haber matado a Nola y a la anciana Deborah Cooper, la última persona que vio con vida a la joven. Desde la cárcel, Quebert padece el oprobio de ser el único culpable de los dos asesinatos sin más pruebas que el manuscrito de su novela, encontrado junto a los huesos de Nola. “Escribir no es matar”, dice el abogado –curiosamente de apellido Roth– que tendrá que defenderlo.
Todo Estados Unidos, tras haberlo admirado, ahora lo abuchea y lo condena. Todos los diarios se refieren al reputado escritor como un depredador sexual por haberse enamorado de Nola cuando él tenía 34 años y por haber escrito esa obra maestra para ella. Inmediatamente, Los orígenes del mal –ahora una brasa que incomoda– es retirado de las librerías y de los programas de estudio. Antes de avanzar, conviene introducir una pieza fundamental del fenómeno Dicker: Marcus Goldman, joven escritor devenido promesa de la nueva literatura estadounidense gracias a su primera novela, un ex alumno del presunto asesino que –mientras combate con la terrible crisis de la página en blanco, ese síndrome que dicen que es frecuente entre los escritores que tienen un éxito inmediato, apremiado por la exigencia de entregar un segundo libro del cual no pudo escribir ni una línea, y amenazado por su editor con una demanda millonaria por incumplimiento de contrato– está convencido de la inocencia de su maestro. Sin Harry, Marcus no hubiera llegado a ser escritor. Siente que ese hombre que ahora es considerado un “criminal bárbaro” le salvó la vida cuando lo conoció en 1998. Que tiene una deuda con él. Que le debe todo.

La importancia de saber caer

Marcus, el escritor en crisis, viaja a Aurora y se entrega a una pesquisa literalmente vertiginosa. Pueblo chico, infierno grande. Los vecinos están convulsionados. A poco de andar preguntando, escarbando, tirando del hilo del pasado, ya recibe la primera amenaza: “Vuelve a tu casa, Goldman”, escribe una mano anónima en una nota. ¿Quién o quiénes temen que la investigación tome un curso que los comprometa? ¿Por qué es preferible que Harry Quebert siga siendo el asesino “ideal”? Afortunadamente para Marcus –y los lectores– está el sargento Gahalowood, huraño y terco como una mula, que pronto será como una especie de Watson, acompañante y asistente fundamental a la hora de desentrañar la compleja maraña de malentendidos, mentiras, mascaradas y engaños del caso en cuestión. Que la cuerda policial vibra es innegable. Es uno de los cimientos de la arquitectura de la novela que empieza a escribir Marcus mientras, ávido de información, graba las conversaciones con Harry en la cárcel. Y sin embargo, La verdad sobre el caso Harry Quebert, lejos de retacear el componente policial, pertenece a otra estirpe de libros. Es, sin duda, una novela sobre escritores: el maestro cascoteado –el otrora héroe para la sociedad pero especialmente para su discípulo– es un gran simulador que lanzará su prédica sobre el oficio de escribir y adyacencias. Las frases, pensamientos y reflexiones están diseminados en pequeñas cápsulas –31 consejos en total– a lo largo de la novela, muchas veces bajo la forma de diálogo.
“Harry, si tuviera que quedarme con una sola de todas sus lecciones, ¿cuál sería?”, se lee en el capítulo-lección número 28, en el lapso en que la novela recupera el período de formación de Marcus, en la Universidad de Burrows, entre 1998 y 2000.
–Le devuelvo la pregunta.
–Para mí sería la importancia de saber caer.
–Estoy completamente de acuerdo con usted. La vida es una larga caída, Marcus. Lo más importante es saber caer.

Primer round

“Escribir y boxear se parecen tanto... Uno se pone en guardia, decide lanzarse a la batalla, levanta los puños y se enfrenta al adversario. Con un libro es más o menos lo mismo. Un libro es una batalla”, define Harry en otra de sus lecciones. “Golpee ese saco, Marcus. Golpéelo como si su vida dependiese de ello. Debe usted boxear como escribe y escribir como boxea: debe dar todo lo que tiene porque cada pelea, como cada libro, puede ser la última.” Dicker escribió esta novela –la sexta y la segunda que publica– convencido de que si se seguían los rechazos –por entonces acumulaba cuatro– se dedicaría a otra cosa. Un giro radical le cambió la vida, el año pasado, cuando un octogenario editor francés, cuyo catálogo es ciento por ciento literario, publicó La Vérité sur l’Affaire Harry Quebert. Se trata de Bernard de Fallois (1926), presidente de Éditions de Fallois, quien canceló sus vacaciones cuando el escritor suizo le envió el manuscrito. En tiempo record puso la novela en las librerías francesas durante el mes de agosto, el momento menos indicado para lanzar una novedad. En una sola semana, con París casi desierta, un pequeño librero vendió 170 ejemplares del voluminoso libro de Dicker con esta propuesta: “Léalo, si no le gusta le devuelvo su dinero”. Dicen que sólo regresaron unos cuantos para pedir otro ejemplar.
El boca a boca comenzó a dispararse y la novela cosechó el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa 2012. Sólo por un voto quedó a las puertas de llevarse nada menos que el mítico Premio Goncourt. Pero se alzó con el Goncourt de los Estudiantes y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa de 2012. En Francia vendió más de 750 mil ejemplares, cifra que ahora se multiplicará por la publicación en 33 idiomas. Alfaguara consiguió los derechos en español de esta obra en la Feria del Libro de Frankfurt del año pasado, tras una subasta muy reñida con ocho editoriales. A mediados del mes pasado se publicó en España, ya está circulando en Argentina, el resto de los países de América latina y Estados Unidos con su importante mercado editorial hispano. De Fallois no se cansa de repetir que Dicker ha renovado las esperanzas en la literatura francesa. Aunque parezca un narrador americano de pura cepa. La anterior novela del narrador suizo, Los últimos días de nuestros padres –ganadora del Premio de los Editores Ginebrinos en 2010–, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, fue publicada conjuntamente por el editor francés y Vladimir Dimitrijevic, de la editorial suiza L’Age d’Homme. Para completar los “antecedentes” de Dicker, parece que antes de que la suerte le sonriera, antes del giro radical, un jurado literario se negó a darle el premio al mejor cuento porque daban por sentado que era imposible que un chico de 14 años escribiera algo así. Que forzosamente lo había copiado. El cuento se titulaba “El tigre”, como el relato de Borges.
Aunque las comparaciones se hacen a cuenta y riesgo de la exageración o la desmesura, hijas dilectas del entusiasmo, se ha dicho que La verdad sobre el caso Harry Quebert remeda el estilo de Philip Roth. Es cierto que se podrán encontrar modestos homenajes, como el hecho de que Marcus es judío y nació en Newark –su madre insoportable es otro de los personajes secundarios memorables–, y que el boxeo –que practica el narrador junto con Harry, su maestro– es uno de los tópicos de interés del escritor estadounidense. “Hay homenajes a Roth, pero también a Nabokov, a Steinbeck, a Romain Gary, a Hemingway, a todos ellos”, admitió Dicker durante su gira promocional por España, “porque es un libro sobre un alumno y un maestro. Y por eso era divertido meter homenajes a todos esos escritores”. Entre los narradores que lo han marcado, el suizo colocó bien alto al autor de El mal de Portnoy. “Roth es el único todavía vivo; es cierto que es un escritor clave de la literatura moderna, posiblemente el mayor de los escritores vivos”, subrayó este joven narrador que se declara admirador sin fisuras de la gran novela americana. “Quizás es la literatura que conozco mejor. No digo que sea más importante que otra. Es una cuestión muy personal. A unos les puede interesar más la literatura sudamericana, a otros la china. A mí lo que me gusta de la literatura americana es que cuenta historias. Una historia, una aventura lineal y luego a través de ella una historia de Estados Unidos. Y eso es lo que me parece que la hace más interesante, más rica.”
En el lenguaje a veces apresurado y obvio de las impresiones posteriores a una primera lectura, la novela de Dicker parodia el anhelo de muchos jóvenes escritores de escribir “la gran Novela” con mayúsculas, con grandes ideas, deseo que no es monopolio exclusivo de los norteamericanos. Marcus tiene 30 años, pero aspira a todo o nada. Si no parodia el tópico, al menos lo tematiza con un tono jocoso. “¿Quiere usted ser desde ya una especie de cruce entre Saul Bellow y Arthur Miller?”, lo increpa Harry. “La gloria llegará, no sea impaciente. Yo mismo tengo sesenta y siete años y estoy aterrorizado: el tiempo pasa de prisa, ¿sabe?, y cada año que pasa es otro año que no puedo recuperar. ¿Qué se creía, Marcus? ¿Que iba usted a sacarse de la manga un segundo libro así, tal cual? Una carrera se construye, amigo mío.” Dicker logra, desde la pura ficción, retratar la idiosincrasia de un país que no le resulta ajeno. Ha pasado largas temporadas en Estados Unidos, entre 2006 y 2008, y que haya elegido como presente de la narración un año electoral como el 2008 no es un detalle menor. “El hecho de que fuera elegido Obama era el signo de un cambio que necesitaba Estados Unidos”, afirmó en una entrevista”. “Si hubiera sido elegido McCain, hubiera significado una vuelta atrás. Yo incluso llegué a pensar que si Obama no salía no volvería al país.”
¿Un escritor suizo, entonces, podría ser el autor de la “gran Novela” americana del siglo XXI? El destino de los libros y sus autores es un idilio perpetuo construido desde la fugacidad. Nada más imprudente y errático que intentar oficiar de “meteorólogo literario”. La verdad sobre el caso Harry Quebert es un formidable golpe en la mandíbula de los lectores.


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