ALFREDO MEZA Caracas 24 OCT 2013 - 00:41 CET
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 cambiaron para siempre la manera de volar en avión. En Venezuela el llamado cepo cambiario está agregando otras molestias a los tortuosos rituales que hay que cumplir antes de abordar un vuelo internacional. Mientras se implementa en los aeropuertos locales un novedoso sistema de identificación biométrica que autorizará el uso de las tarjetas de crédito venezolanas en el exterior, fiscales de la estatal Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) están interrogando al azar a los viajeros nacionales para comprobar la correcta utilización de las divisas aprobadas por el ente y cerciorarse de que no lleven en su billetera tarjetas de créditos a nombre de otras personas.
Si eso sucede el funcionario sospechará que el pasajero estará “raspando el cupo” aprobado a un tercero. En la jerga local el “raspacupo” es quien entrega a otro su tarjeta de crédito para aprovechar el subsidio que otorga el Estado como un haber en su línea de crédito. Aunque su aprobación nunca está garantizada, la clase media local –consumistas entusiastas de las outlets de Miami desde siempre- e incluso los estratos menos favorecidos -quienes nunca conocieron ese modo de vida en virtud de su situación económica- advirtieron el gran negocio que significaba viajar, o simular que se viajaba, para usar la tarjeta en sitios prestablecidos y luego obtener las divisas y las facturas que justifican el gasto. La brecha entre la tasa oficial -6,3 bolívares por dolar- y la del mercado negro -alrededor de 45 bolívares- representa una ganancia rápida para el tenedor de dólares a su vuelta al país.
Con esta medida el gobierno busca limitar al máximo el turismo cambiario, cuyo apogeo, unido a la escasa oferta de frecuencias hacia los destinos internacionales más demandados, ha liquidado la posibilidad de viajar por una emergencia y ha encarecido el costo de los billetes. Un ejemplo: para viajar en febrero a Madrid un pasaje aéreo en clase económica desde Bogotá cuesta 2.568 dólares. Desde Caracas vale 5.161 dólares (32.514 al cambio oficial de 6,3). El aumento indiscriminado tiene al menos dos explicaciones: la gigantesca deuda que mantiene Cadivi con las aerolíneas, que venden los pasajes al precio controlado y el Estado no le entrega los dólares, y la enorme demanda de viajeros venezolanos y extranjeros, quienes hacían una escala en Caracas, cambiaban sus dólares en el mercado negro y compraban el boleto hacia su destino final a un precio muy atractivo. Esta semana el Indepabis, el órgano que protege los derechos de los consumidores, agregó una tercera explicación: las aerolíneas no están vendiendo las tarifas más baratas de la clase económica.
El Gobierno ha prometido tomar medidas para solucionar esta situación, pero en ningún caso está dispuesto a levantar el rígido control de divisas, la raíz de las distorsiones de la economía. Ha iniciado, sí, una sistemática campaña a través del canal del Estado Venezolana de Televisión contra los “raspacupos” para posicionarlos ante la opinión pública como los responsables mayores del desfalco a la Nación. El domingo, VTV dedicó uno de sus principales programas de opinión para tratar el tema. El conductor y su invitado, el encuestador Oscar Schemel, aseguraban que ese afán de viajar para obtener dólares en efectivo a cambio respondía al ADN cultural de los venezolanos, que están entrenados en el arte de capturar la renta petrolera en desmedro de la productividad y el esfuerzo.
Parece un poco injusto achacar la culpa al turismo cambiario a juzgar por los resultados que ha hecho público el propio Gobierno. Cifras oficiales indican que en 2012 se aprobaron a los viajeros 2.769 millones de dólares, mientras que a los importadores les entregaron 17.980 millones de la moneda estadounidense. Hasta ahora, salvo una nota de prensa publicada este miércoles en la que el ministro de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres, anunció que el Sebín, la policía política, formó un equipo para revisar el uso de dólares asignados a las empresas, no hay un gran ofensiva del Gobierno para identificar quiénes son los responsables de defraudar al Estado simulando importaciones. “Estamos seguros de que todavía hay una lista de empresarios inescrupulosos que por razones económicas o políticas se dedican a hacer fraudes por esa vía”, comentó el ministro a la Agencia Venezolana de Noticias.
Una estimación hecha por la firma Ecoanalítica indica que en 2012 las importaciones públicas y privadas llegaron a 56.300 millones de dólares. De esa cantidad, 15.400 millones de dólares (27,4%) fueron compras externas simuladas, la mayoría en el sector público. La amoralidad ya es un comportamiento generalizado. Empresarios y particulares quieren aprovechar las distorsiones de la economía para enriquecerse con el mínimo esfuerzo y al margen de lo que dicta la ley. Unos y otro son capaces de asumir el riesgo debido a la limitada capacidad que tiene el Estado para sancionarlos. Son muchos y al mismo tiempo haciendo operaciones difíciles de identificar como un delito. Toda esta situación le ha permitido al Gobierno plantear nuevamente su tema favorito: la refundación moral del venezolano, una suerte de hombre nuevo. Los hechos lo ayudan. El gobierno recientemente anunció que seis deportistas vinculados a los deportes a motor habían falsificado la firma de la ministra de Deporte, Alejandra Benítez, para obtener divisas preferenciales.
El presidente Nicolás Maduro ha calificado ese afán por los dólars baratos como si fuera una enfermedad. La llama cadivismo. A principios de octubre, en una alocución desde una guarnición militar, el jefe del Estado se quejaba del magro resultado que han dado sus reuniones con el sector privado debido al poco riesgo que éstos están dispuestos a asumir. “Cadivi, Cadivi, ellos solo quieren Cadivi. Eso es cadivismo, están enfermos con ese mal”, decía entonces el mandatario. El jefe del Estado volvió a acuñar el término al comparecer ante la Asamblea Nacional para solicitar poderes legislativos. “Una colección de dificultades que bien podríamos bautizar con el nombre de cadivismo, como una de las expresiones más vulgares de la existencia de la burguesía parasitaria en la historia de la Venezuela, de los últimos 100 años”. Lo que ocurre en realidad puede ser descrito haciendo un símil con las criaturas mitológicas. Como Saturno, la revolución bolivariana se ha terminado de devorar a su propia creación.
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