Gay Talese
Tras recopilarse algunas de sus mejores piezas periodísticas en “Retratos y encuentros”, prosigue la reivindicación de Gay Talese, una de las mayores glorias del periodismo contemporáneo, al coincidir en librerías sus más célebres libros de investigación: “Honrarás a tu padre” (Alfaguara) y “La mujer de tu prójimo” (Debate).
texto y foto SAMUEL PICOT
En los años 1940, el barrio de Ocean Drive en Nueva Jersey era un feudo de inmigrantes judíos e irlandeses. El padre de Gay Talese, nacido en Calabria y formado en el oficio de sastre por un primo en París, sabía que tenía que emplearse en diversas batallas simultáneas si quería integrarse. Por un lado, los italianos eran considerados los más analfabetos, pobres y brutos de cuantos europeos desembarcaban a paletadas a principios de siglo XX en Nueva York. Él mismo, con su mínima escolarización, su pobre inglés y sus modestos ahorros era un buen ejemplo de la justicia de esa idea. Lo que quizás no sabían los que descalificaban de antemano a los suyos era que proceder de uno de los rincones más miserables del sur de la bota también te dotaba de un principio: las apariencias son sagradas. Uno podía vivir entre cabras y pedruscos, pero en su armario debía colgar un traje impoluto y elegante que airear con altanería los domingos. Este énfasis en la “bella figura” se lo trajo consigo a América y, al abrir una sastrería, convirtió un cierto aire de distinción en su carta de presentación para vencer los prejuicios que pudiera albergar la clientela. Si él no era el primero en publicitar de forma atractiva su género, ¿quién iba a hacerlo?
La madre de Talese, nacida en Brooklyn pero con raíces italianas, regentaba una tienda de ropa para mujer dentro del mismo negocio de su marido, al que superaba ampliamente en facturación sin que, al parecer, eso causara estragos en el ancestral machismo que se le presuponía a los transalpinos. Ambos recurrían a las mismas técnicas comerciales, resumibles en escuchar, observar, prestar atención, fijarse en los detalles. La cercanía llegaba a través de la conversación e incluso del tacto procurado por la toma de medidas. De esta forma las barreras sociales y culturales saltaban por los aires. El padre debía además confeccionar los trajes de los caballeros con sumo cuidado, garantizar una caída impecable, que pareciera que cada botón hubiera nacido para reposar en ese sitio preciso. Dentro de esta tiendecita en una localidad insignificante se forjó una de las mayores leyendas del periodismo. Haciendo recados y limpiando, Gay creía estar ayudando a sus padres después del colegio, pero lo que de verdad hacía era formar al escritor que llevaba dentro. Y lo hacía a base de captar historias con sus afinadísimas antenas, de aprender el arte de tratar con gentileza al otro para sacar algo en provecho propio y de mostrarle el debido respeto entregándole el producto de tu esfuerzo. Tampoco lo verán jamás posar para las cámaras sin un traje de primera clase.
La expresión “tener oficio” adquiere en el caso de Gay Talese la completa dimensión de su significado, pues su visión del periodismo nace íntimamente ligada a esa combinación de trabajo duro, orgullo y artesanía que reviste a un empleo manual y que requiere despachar de tú a tú con el cliente para conocer sus necesidades. Lejos de ser producto de una familia intelectual, de una cultura literaria precoz y de unos estudios en una universidad de prestigio, el escritor encuentra los fundamentos de su carrera profesional en unos orígenes humildes que obligan a una cuidada socialización y en una ética del trabajo bien hecho.
Paciencia, fe, perseverancia
La gente normal y sus relatos fueron desde el primer momento su materia prima. De niño escuchaba embelesado las preocupaciones de las mujeres que tenían a un hijo en el frente o que no podían adquirir telas o mantequilla, y se sorprendía de cómo el clima o un partido de béisbol mantenían ocupados durante largo rato a dos hombres. En casa no había libros, tampoco le interesaban las lecturas del colegio, sacaba malas notas, carecía de cualidades atléticas. Las tensiones religiosas y culturales con las que nutrirían sus futuras obras otros escritores de origen inmigrante, como los judíos Malamud o Roth, no estaban presentes en su barrio de perfil abrumadoramente anglosajón. A Gay Talese le quedaba su insaciable curiosidad por las vidas de los individuos corrientes y en ellos se centró desde que empezó a colaborar en el periódico de su instituto y, a continuación, en el de la Universidad de Alabama. Igual que sus padres habían podido medrar socialmente gracias a su negocio y tratar con personas que no habrían mirado dos veces a un macarroni, su hijo disfrutaba de esa sensación de puertas abiertas con un bloc de notas y la promesa de unas cuantas columnas sobre papel impreso.
A la semana y media de entrar en The New York Times como chico de los recados, Talese ya consiguió publicar su primer artículo. Estuvo diez años en la plantilla del diario dedicándose a reformular quién merecía ser noticia. Si acudía a una carrera de caballos no entrevistaba al jinete, sino al entrenador del animal. Si se presentaba a un combate de boxeo, no se acercaba al campeón sino al tipo que tocaba la campana anunciando el fin de los asaltos. Su libro The Bridge, dedicado a la construcción del puente Verrazzano que une Staten Island con Brooklyn, se centró en los testimonios de los sufridos obreros. Cuando ha puesto los ojos en una estrella del deporte o de la música ha sido bien porque ya estaba acabada o porque no le ha dado audiencia.
La cuestión más acuciante para él ha sido saber en cada momento qué pasaba por la cabeza del individuo, averiguar cuáles eran sus sentimientos, como único modo de llegar a entenderlo. Jamás tener prisa, llegar quizás el último pero el mejor informado. Un solo artículo puede absorberle un año. Sus mayores libros de investigación le han ocupado entre cinco y diez. En este sentido, la recuperación casi en paralelo de sus dos mayores best sellers –Honrarás a tu padre y La mujer de tu prójimo– supone una lección renovada de cómo penetrar en dos áreas de máxima restricción y privacidad (una familia mafiosa y las comunas nudistas, respectivamente) a base de explotar las dos mayores armas del periodismo de investigación: la perseverancia y el establecimiento de un vínculo de confianza. Y todo ello sin una grabadora.
Pero si Gay Talese ha alcanzado la categoría de mito del oficio es porque, en esta cruzada por conducir al periodismo a los límites de su respetabilidad y capacidad artística, siempre lo ha considerado una forma literaria. Su condición de abanderado del Nuevo Periodismo radica en que desde sus inicios quiso escribir como Scott Fitzgerald y jamás se planteó que un artículo de prensa no permitiera alcanzar semejantes vuelos. Su prosa aspira a la precisión y la belleza del mejor relato. El protagonista anónimo de uno de sus perfiles sólo debería diferenciarse técnicamente de una majestuosa criatura de ficción en el hecho de que su nombre consta en algún archivo oficial. Sin Joe Bonanno, el padrino al que le dedicó ocho años de su vida para escribir Honrarás a tu padre, no existiría Tony Soprano. Tan a conciencia ha realizado su trabajo Gay Talese que al final le ha dado la vuelta al calcetín: la ficción ha sido la que ha querido tomar como modelo a uno de sus objetivos. Aquel chaval que traía cafés a tipos adinerados para los que su padre confeccionaba trajes a medida acabó creando un fondo fiduciario para pagar la educación de los hijos de un mafioso. Qué gran historia.
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