Saturday, June 29, 2013

Joy Laville / Me gusta mirar mis cuadros

Joy Laville y Jore Ibargüengoitia

Joy Laville

“Me gusta mirar mis cuadros. 

Pero no admirarlos”


La artista británica afincada en México habla de su trabajo y evoca a su marido, el novelista Jorge Ibargüengoitia, fallecido ahora hace 30 años


Bernardo Marín, Cuernavaca 28 JUN 2013 - 23:42 CET




Laville, junto a su perra Mila en su casa de Cuernavaca. / PRADIP J. PHANSE
Aseguran los amigos de Joy Laville que a la pintora (Isla de Wight, Reino Unido, 1923) le falta solo una cosa para reunir todas las características que se atribuyen a los grandes artistas: el ego desmesurado. Y al hablar con ella da efectivamente esa impresión. Pero el salón de su casa en Cuernavaca (México) está decorado casi exclusivamente por cuadros suyos, esos paisajes de tonos apacibles habitadas por personajes lánguidos en las que su marido, el escritor Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), encontraba “una misteriosa familiaridad”. Laville resuelve esa aparente contradicción entre humildad y narcisismo de la misma forma que pinta, con un argumento sencillo: “Mis cuadros me dan tranquilidad. Me gusta mirarlos pero no admirarlos”.

Ilustración de Joy Laville
Laville supo desde niña que quería pintar. Quiso ir a una escuela de arte, pero estalló la Segunda Guerra Mundial y el sueño se aplazó hasta que con 32 años se instaló junto a su hijo Trevor, fruto de su primer matrimonio, en la localidad mexicana de San Miguel de Allende sin saber apenas una palabra de español. Allí tomó sus primeras clases de pintura y allí se enamoró de su país de adopción, aunque su paleta conserva unos colores suaves que recuerdan más a la isla brumosa de su infancia. Casi seis décadas después, archipremiada en México y reconocida fuera de su país, la artista no deja de trabajar ni un día, siempre por las mañanas, desde la diez y media hasta las dos de la tarde. “No pinto todo el rato”, aclara, “de vez en cuando me siento para mirar lo que he hecho”. No es una labor solitaria. Le acompaña su perra Mila, que bebe alegremente del cubo donde su dueña limpia los pinceles. “Aunque parezca un labrador, Mila fue una perra abandonada pero ha olvidado su pasado. Le encanta mandar sobre otros animales”, cuenta Laville. Y añade en voz baja: “No le gusta que lo diga, pero se le nota en las patas que fue una perra callejera”.


Dos mujeres, de Joy Laville.
La artista ya pintaba por las mañanas cuando convivía con Ibargüengoitia. En realidad, los dos trabajaban desde temprano, cada uno en su estudio de su casa en el barrio mexicano de Coyoacán. “Yo no podía ir a ver qué estaba escribiendo o él que estaba pintando yo salvo que uno pidiera al otro su opinión”, cuenta. Entonces ella se convertía en la primera lectora de Jorge. “Teníamos que ser sinceros el uno con el otro, aunque un comentario negativo generaba cierta hostilidad, que se dispersaba rápido”. Y se dispersaba rápido porque también eran cuidadosos. “Nunca decíamos ‘esto es horrible’, elegíamos otras fórmulas como ‘¿no crees que tal vez esto estaría mejor de otra forma…?’”. Y así hasta alrededor de las dos de la tarde, cuando el escritor inauguraba uno de los mejores momentos del día acercándose al estudio de la artista y proponiéndole tomar juntos un trago, siempre con la misma frase ritual, breve y sonora, como el sonido de una campanilla: “¿Un tequilín?”.



Laville no ha perdido esa costumbre del tequila. “Me tomo uno siempre antes de comer. Y si estoy invitada a alguna casa dos. Y a veces, hasta tres”. El tequilín le ayuda a “dormir la mona”, como decía su marido, porque otro de los grandes placeres de la jornada era y es la siesta, y en ocasiones la prolonga hasta las seis de la tarde, la hora de ver primero el informativo de la BBC, y luego algún documental de Animal Planet. “Jorge también se tumbaba después de comer, pero normalmente no dormía. Leía algún libro boca arriba en la cama, como esas figuras de piedra de las catedrales, una postura que yo bauticé como ‘Westminster Abbey’”, recuerda.


Jorge en la playa con perro, de Joy Laville.
Ibargüengoitia falleció hace ahora 30 años en un accidente aéreo cerca de Madrid pero se percibe su presencia en muchos rincones de la casa. En un cartel sobre su obra colocado ante la chimenea. En la parte izquierda de una estantería donde se conservan sus libros. Y sobre todo, en la memoria de su viuda. “Está aquí todavía. Era maravilloso vivir con él, sobre todo porque era muy feliz, lo cual es muy agradable. Y murió en su mejor momento, cuando disfrutaba de la vida y escribía como nunca”. El escritor tenía un inglés estupendo, aunque con un fuerte acento mexicano, pero cuando necesitaban emplear términos muy concretos, él hablaba en español y su esposa le contestaba en su idioma. “Su fama de sarcástico no era cierta. Podía irritarse con la gente pero incluso cuando se enfadaba usaba las palabras exactas. Una vez una vecina empezó a tocar con furia el claxon de su automóvil porque alguien había ocupado su plaza de estacionamiento. Y Jorge, que no podía más, salió a la ventana y gritó: ‘¡Cállese, pinche histérica!’. Pero es que era verdad. La señora era una pinche histérica”.
Tras la muerte de su esposo, Laville no quería regresar a México. Pero terminó por volver y acertó. “Me siento como en casa, no podría vivir en otro sitio. Este país me gusta físicamente, el campo es apasionante, me admira como crece todo: cortas una rama y brota enseguida. Y me gustan los mexicanos. Hay personas horribles, claro, pero la mayoría, la gente que trabaja es muy buena gente”. Sin embargo, no se siente mexicana. Pero tampoco inglesa. Y entonces, ¿qué se siente? La artista había avisado antes de la entrevista de que hablaba despacio porque pensaba despacio, pero en esta ocasión no tarda ni un segundo en contestar: “¡Me siento yo!”.
Joy Laville

LA MIRADA DE JOY LAVILLE
Por Antonio G. Iturbe
Qué leer, febrero de 2009
Una de las pinturas de Joy Laville
Una de las pinturas de Joy Laville
Ibargüengoitia compartió los últimos veinte años de su vida con la pintora londinense afincada en México Joy Lavílle. En algunas de sus crónicas habla de su relación y del respeto que sentía hacia los misterios de la obra pictórica. Ya octogenaria. la pintora vive en Jiutepec (en el estado le Morelos) y, veinticinco años después de la muerte de su marido, sigue recordando con melancolía su sentido del humor. Hace unos meses, el periodista Salvador García, de La Jornada le Morelos, la visitó en su casa: “No era sarcástico, pero si algo no le gustó, lo dijo, ya que era crítico y su crítica le permitía jugar con el absurdo. Él era muy directo, por eso tenía reputación de tener mal humor, pero esto es una mentira, él era muy alegre”. La pintora explica que “cocinaba muy bien. Tenía fama por su paella. Hacía paella para mucha gente; los domingos siempre teníamos invitados, que eran siempre los mismos amigos. También era buen bebedor. Pero en los últimos años, cuando estuvimos en París bebió muy poco. Siempre tomábamos un tequila. Yo todavía lo tomo. La cosa es que el último año, a veces se me olvida tomar. Dicen que la gente bebe para olvidar, pero a mí se me olvida tomar”.


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Kaplan / Mi relación con Richard Matheson

Richard Matheson
Kaplan 
MI RELACIÓN CON RICHARD MATHESON

Hay escritores por los que no sentimos una especial predilección, autores a los que recordamos por alguna novela puntera o por aquel par de cuentos que nos tocaron la fibra sensible, pero que tampoco nos vuelven locos. En contadas ocasiones sucede que, al repasar su obra, te acaba sorprendiendo cuán presentes han estado en tu vida. Ayer murió Richard Matheson, a quien siempre he respetado principalmente por ser el autor de esa obra maestra titulada Soy leyenda, pero hoy, al hacer memoria, he podido constatar con cierta perplejidad el gran número de veces que me he cruzado con él, o él conmigo, a lo largo de los años.


No tengo muy claro cuándo se dio nuestro primer encuentro, dudo entre dos recuerdos. Uno pertenece a aquellas mitificadas noches de la primera adolescencia en las que, sentado en la oscuridad del comedor, no me perdía ni una sola de las películas que programaban en La clave, el magnífico programa que presentaba José Luis Balbín en el UHF y que tan afín era al género fantástico. La película, en este caso, era El increíble hombre menguante, y muchas de sus escenas quedaron grabadas en mi memoria: la lucha con el gato, la araña monstruosa, aquel discurso final del protagonista tan cercano a los tebeos de trasfondo cósmico que leía entonces...


Aquella pudo ser la primera ocasión en la que me topé con Matheson, a oscuras, sentado en el sofá del salón. O tal vez no. Nuestro primer encuentro pudo también ocurrir en una butaca, en una de las sesiones dobles de El Pilar a las que acudía siempre que lograba estirar la paga semanal (35 pesetas) que por entonces me daban mis padres. El Pilar era uno de aquellos cines de barrio en los que reponían películas bajo el dudoso calificativo de reestrenos a precios que no tenían nada que ver con los actuales. Allí fue donde vi, junto a uno de los muchos productos de la Hammer que tenían al conde Drácula como protagonista, La leyenda de la casa del infierno, a la que yo siempre he llamado "La casa Belasco", por abreviar y por su relación con los tebeos que la editorial Vértice publicaba del Hombre Lobo de la Marvel (Werewolf By Night), que a mí me pirraban y que en la última época de Doug Moench no fueron otra cosa que una indisimulada adaptación de La casa infernal.


Tras aquellos primeros encuentros casuales, yo aún no relacionaba sus obras con el apellido Matheson. Mi verdadera toma de contacto consciente con el escritor fue aquel libro de páginas gastadas que, a mediados de los ochenta, cogí prestado del Bibliobús, una biblioteca móvil cuya llegada yo esperaba con cierta ansiedad tras las sobremesas de los jueves. Soy leyenda me gustó mucho, especialmente porque, a pesar de la apariencia interna de novela vampírica, de terror, era ciencia ficción. Sólo en la relectura de años posteriores me di cuenta de que además era ciencia ficción con mensaje, y de la relevancia de su extraordinario final. Cuando se habla de la mentalidad distinta del lector de ciencia ficción, de su mente abierta, se está hablando en realidad de la influencia de novelas como ésta. Soy leyenda es, sin duda alguna, una de las novelas del siglo XX que mejor han sabido denunciar lo relativo que es el concepto de normalidad.


Siguió pasando el tiempo. Cuando el fenómeno Spielberg barrió el mundillo cinematográfico de los 80, obligando a sacar a la luz sus primeras películas, reconocí, ahora sí, el apellido del escritor a la primera. El diablo sobre ruedas, primer trabajo largo del director norteamericano, estaba basado en un cuento de Richard Matheson, lo cual para mí empezaba a ser ya un signo inconfundible de calidad. La presencia del escritor en los guiones fue, de hecho, lo que despertó mi interés en conseguir capítulos de la serie The Twilight Zone. Desgraciadamente, aún no habíamos entrado en la era de internet, y por muchas gestiones que hice la cosa fue imposible. No volví a leer nada suyo en bastante tiempo, y su nombre fue bajando puestos en mi memoria.


Pero Matheson era pertinaz. Algunos años después, escuchando recopilatorios de las bandas sonoras de cine compuestas por John Barry, quedé fascinado por el tema central de En algún lugar del tiempo, una película desconocida para mí y de la cual comencé a buscar datos (ahora sí, estábamos en la era de internet, gracias sean dadas). Por supuesto, descubrí que estaba basada en una novela de Richard Matheson. Vi la película, me gustó, y decidí prestar más atención en adelante a aquel viejo escritor cuyo principal haber, según decían todos, eran sus cuentos. Afortunadamente, pude comprobar esa afirmación de primera mano, fácilmente. De la noche a la mañana, su nombre comenzó a aparecer con periodicidad por todas partes.


La editorial Valdemar publicó Pesadilla a 20.000 pies, una colección de relatos de terror en la que se incluían algunos de los cuentos de la serie televisiva que en su día no pude localizar. Se llevaron al cine nuevas adaptaciones de su obra, como Más allá de los sueños y Acero puro, se publicaron más antologías e incluso cierta editorial, desgraciadamente no muy de fiar, anunció la publicación de sus cuentos completos. Finalmente, su opus magnum, Soy leyenda, fue llevada de nuevo al cine, con Will Smith en el papel que en su día interpretaran Vincent Price, Charlton Heston e incluso Mark Dacascos. La película era bastante digna, siempre que en el blu-ray le cambiaras el final oficial por el alternativo, claro.




Hace apenas un par de meses, un amigo me dijo que debido a una promoción tenía varios libros repetidos. Me dio a elegir entre la famosa saga de fantasía medieval que parte el bacalao o una selección breve de cuentos de Richard Matheson. No tuve que pensarlo mucho; Martin nunca tuvo posibilidades. Matheson ha estado ahí, insistentemente, a lo largo de todos estos años, dándome toquecitos en los hombros, aumentando en prestigio y presencia continuamente hasta ocupar más espacio en mi vida que algunos de los escritores situados por encima de él en mis preferencias. Ahora dicen que ha muerto, y no logro sacudirme de encima la sensación de que voy a echar mucho de menos esa presencia casual pero continua en los próximos años.

Literatura en los talones


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Friday, June 28, 2013

Natalia París / Me río de lo ignorante que es el pueblo colombiano


'Me río de lo ignorante que es el pueblo colombiano': Natalia París

Con 1,55 metros de estatura, fue la modelo más solicitada y el prototipo de belleza más imitado.



Son las once de la mañana. La temperatura bordea los 33 centígrados. La tranquilidad de la Escuela de Barrancón, en el Guaviare, se interrumpe por el sonido de las hélices de un helicóptero de las Fuerzas Militares. Decenas de soldados corren a recibir la aeronave. Entre sus tripulantes están el general Freddy Padilla de León, el ministro de Defensa Juan Manuel Santos y la modelo Natalia París. 
Ella, coqueta y convencida, lleva una camiseta gris de instructor de las Fuerzas Especiales. Se ha puesto en la labor de repartir regalos de Navidad a los soldados. Sonríe y derrite. Les entrega equipos de sonido, televisores y ventiladores. Saluda a los jóvenes combatientes de beso, les habla con su característica voz de niña provocadora y se toma fotos con ellos. Durante todo el fin de semana, en la misma dinámica, visita otras instalaciones militares, como la base de entrenamiento de Tolemaida.
Corre el año 2008. El gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe le ha suplicado a la modelo paisa que le suba la moral a la tropa. “Estamos en guerra”, le decían. “Me llevaban en un helicóptero por diferentes selvas de Colombia”. Los soldados, con los calendarios y afiches de la rubia paisa en sus manos, la recibían con gritos nerviosos y risas calientes.
Así, Natalia París –jugando el juego de la Marilyn Monroe colombiana–, representaba con total éxito uno de los mejores roles de su vida: la diva despampanante, ligera, rubia y tropical.
Pero ¿cómo se había forjado semejante ícono de 1,55 metros?
A mediados de los años noventa, Natalia París se había convertido en la niña que abría las pasarelas de Medellín. Primero participó en desfiles de moda infantil y cuando creció se convirtió en modelo de ropa interior.
Su primer comercial televisivo lo hizo para la crema dental Kolynos. “Me pagaron setenta mil pesos y me los gasté todo en ropa”. Luego, en 1999, ocurrió lo que ella llama “el boom”. La París se convirtió en la imagen oficial de la cerveza Cristal Oro. La escena era más o menos así: un montón de tipos están en una fiesta en la playa y el ajetreo es interrumpido por la aparición de ella, una voluptuosa rubia de piel canela que ostentaba un bikini dorado. Los machos, después de mirarla estupefactos, la invitan a bailar. Y ya está. Suficiente para sacudir a un país. El diario El Tiempo tituló: “Arde París”. Pasó a ser considerada el primer símbolo sexual en la tierra de los símbolos sexuales.
A partir de ese momento, todas las niñas del país–empezando por Medellín– querían ser Natalia París: rubias, de nariz chiquita y delgada, labios grandes y jugosos, abdomen plano, senos operados y nalgas empinadas. Los jóvenes, víctimas de su belleza, portaban con veneración su imagen en las portadas de sus cuadernos. “En ese momento arranqué mi carrera en serio. Comencé a viajar a otras ciudades y países”.
Muchos le atribuyen ser la precursora de un estereotipo de belleza nacional que –hasta el día de hoy– se consolida en miles de mujeres colombianas y que no pocas veces ha sido relacionado con el mundo del narcotráfico. Un estereotipo de belleza voluptuoso, ardiente y casi siempre reforzado por las cirugías estéticas.
Natalia viene de una familia de clase media alta de Medellín. Nació hace 39 años y cuando apenas tenía ocho meses, su papá –que era piloto aeronáutico–, se estrelló en una avioneta contra los cerros de Medellín. Entonces quedó huérfana de padre. Tal vez por eso se convirtió en una niña valiente.
De hecho, varias de sus facetas en la actualidad –empresaria y Dj de música electrónica– las atribuye a esta época de su niñez. “No solo estuve en clases de solfeo y de piano, sino que en el colegio vendí sándwiches, brownies y minisigui. Siempre me ha gustado tener independencia económica”.
Cuando tenía 22 años, la París cometió quizás uno de los errores que, como ella dice, muchos no le perdonan. Se enamoró del narcotraficante Julio César Correa, alias Julio Fierro, años después desaparecido y presuntamente asesinado por miembros del Cartel del norte del Valle. “De este episodio de mi vida no me arrepiento, porque fruto de esta relación nació mi hija Mariana”. Para esta época, la modelo tuvo que enfrentarse muchas veces a la prensa y las autoridades de Colombia y Estados Unidos. Su visa fue cancelada y varios de sus jugosos contratos se esfumaron. Y aunque en un momento llegó a pensar que su carrera estaba acabada, volvió a Colombia y comenzó a explotar el bronceador que había sacado con su nombre. Nació la empresa Cosmética Natalia París. “He sido una mujer guerrera, verraca y luchadora”.
Durante los siguientes años se encargó de limpiar su nombre, se dedicó de lleno a su carrera como empresaria y a explorar otras facetas como la actuación. En 2008 participó en la película In Fraganti de Juan Camilo Pinzón, producida por Dago García, en la que incluso se burló un poco del estereotipo de mujer que ella ayudó a crear. Luego hizo parte de la película En coma, de Juan David Restrepo y Henry Rivero, y hasta fue presentadora de un reality show.
Hoy, tras más de veinte años como modelo, Natalia París sigue vigente. Dice que ya no le pone cuidado a lo que publica la prensa sobre su vida. Tampoco a los múltiples chistes e imitaciones que continúan explotando una infundada personalidad de niña tonta y superficial.
Natalia aparece con una camisa a cuadros rojos y azules, un bluejean desteñido con rotos en las rodillas, y unos clásicos tenis Converse blancos. Por unos segundos posa frente a la cámara. Mueve su pelo rubio de un lado para otro y busca el mejor ángulo para que no se note el paso del tiempo. Su cara ya no es la de la niña angelical y, por el contrario, ahora saltan a la luz la infinidad de tratamientos estéticos que sólo ella conoce. Eso sí, su abdomen bronceado continúa liso y fuerte como una tabla.
Durante la sesión fotográfica se toma su tiempo para hablar de su cuerpo, hoy marcado con nueve tatuajes: “tienen mi rebeldía y mi deseo de libertad”. Cuenta que el año pasado cambió sus prótesis mamarias –financiadas por su mamá cuando ella tenía 18 años– por unas de una talla mucho más pequeña. “Ya no me interesa ser un símbolo sexual”. Dice que ahora está enfocada en que la gente la reconozca como Dj de música electrónica –su sueño de toda la vida–.
Desde su cuenta de Twitter, con más de 400.000 seguidores, envía mensajes sobre los supuestos peligros que dice haber conocido sobre la comida transgénica. “Los pollos crecidos con hormonas sí afectan la genética humana. Está demostrado y la gente no quiere aceptarlo”. También tuitea y cuenta sobre la existencia de vida en otros planetas y asegura haber tenido un encuentro de otro mundo.


¿Siempre quiso ser modelo?
Desde que estaba en la universidad soñaba con ser Dj. He sido modelo porque la vida me llevó a dedicarme a esa profesión. Lo he disfrutado y le he sacado muchísimo jugo, pero ahora estoy apostándole a un sueño que parecía imposible.
¿A qué edad comenzó a modelar?
Desde muy chiquita. Mi primera campaña fue para almacenes Ley: aparecía promocionando unos pañales. Comencé gracias a mi mamá que es una mujer hermosa. Ella estudiaba derecho, pero se ayudaba a pagar su carrera haciendo campañitas de publicidad. En una ocasión necesitaban a una mamá con un bebé y ella se presentó. De ahí nunca paré. A los ocho años hacía campañas para Esprit y participaba en desfiles de moda infantil. Así me gané mi primer sueldo: $70.000. Me lo gasté todo en ropa. Era lo único que me importaba. A los 15 años empecé a hacer comerciales de televisión para Kolynos, para las toallitas Carefree y para varias marcas de champús. A finales de los noventa hice la campaña de la cerveza Cristal Oro. Eso fue todo un boom. En ese momento arranqué mi carrera en serio.
¿Alguna vez tuvo problemas por ser bajita?
No. Gracias a mi estatura me ponían a abrir los desfiles y eso me favoreció un montón. Todos los prejuicios que se hace la gente, para mí han sido los elementos que me han impulsado a nunca bajar la guardia.
¿Cómo fue su niñez?
Vengo de una familia paisa tradicional. Mi papá era piloto, se murió cuando yo tenía ocho meses, no lo conocí. Viví en Medellín con mi mamá y mi hermanito. Estudié en un colegio católico, hasta tuve un grupo de oración en mi casa, pero no soy muy religiosa. Creo en Dios, soy muy espiritual, pero no sigo santos. No me gustan los juicios que hacen todas las religiones.
¿Qué cirugías estéticas se ha hecho?
Me hice operar el busto cuando tenía 18 años. Para esa época estaba de moda Pamela Anderson por Guardianes de la bahía. Ahora me quité las prótesis, tengo una talla muy normal. Me siento feliz así como estoy.
Pero en diversos medios se publicó que usted tuvo un problema con biopolímeros aplicados en su cara…
¡Nunca me ha pasado nada en la cara! Eso no es cierto. Los periodistas acostumbran a sacar palabras de contexto y publican cosas que uno nunca ha dicho.
¿Le ha llegado a molestar ser famosa?
He tenido que convivir con la fama desde hace muchos años. Me acostumbré a vivir con esa especie de falta de libertad; con ese precedente de que la gente te juzgue todo el tiempo. Desde el comercial de Cristal Oro empezaron a imitarme en la radio y en la televisión. En el programa Los Reencauchados sacaron una muñequita parecida a mí, y desde ese entonces me crearon un estereotipo de una niñita rubia y tonta. Ese es el trato que me han dado toda la vida, pero no me ha molestado. Yo me burlo de mí misma.
¿Le ha sacado provecho a esto?
No es la imagen que hubiera querido tener, pero fue la que me pusieron. Entonces lo que hago es darle la vuelta inteligentemente y aprovechar eso a mi favor. Nunca me he enojado con esas chicas que me imitan en la radio, en televisión y ahora en Twitter. De alguna u otra manera siempre me han ayudado a seguir vigente. Vivo la vida como en una burbujita, no me tomo en serio lo que dicen de mí.
¿Lo peor que le ha hecho un hombre?
Un novio actor que tuve me puso los cuernos con la actriz con la que protagonizaba una novela. Típico del medio de la farándula. La gente es muy susceptible a la deslealtad. Ni siquiera lo culpo a él. Dijeron que me había casi mechoneado con la actriz. Pura ficción. Aunque ganas no me han faltado de pelearme con una que otra entrometida [risas].
¿Alguna vez le propusieron acostarse por dinero?
Nunca. Se han inventado los chismes más horrorosos, pero jamás me han hecho una propuesta indecente.
¿Por qué nunca posó desnuda para Playboy?
Cuando me lo propusieron tenía 18 años. Vivía con mi mamá, ni me pasaba por la cabeza hacer algo así. Hace dos años realicé el único desnudo completo para la revista SoHo. Toda una edición especial dedicada a mi carrera. Fue un trabajo divino, pero no lo volvería a hacer.
¿Qué mujeres la inspiraron en su carrera?
Amo a Marilyn Monroe. Desde chiquita coleccionaba imágenes y afiches de ella. Hice unas fotos para la revista DONJUAN en las que me convertía en ella. Me parece que era una mujer muy tierna, tengo libros sobre ella, y he leído mucho sobre su vida. Si la hubiera tenido frente a mí algún día, solo la habría observado con admiración.
¿Alguna vez ha tenido novia o ha salido con mujeres?
No. Me he enamorado solo de hombres. Cuando me enamoro, me enamoro hasta la locura.
Usted se enamoró de un hombre que resultó siendo un narcotraficante…
Ese es un tema reencauchado y siento que nunca me lo van a perdonar. Como yo sí me lo perdono, lo puedo hablar abiertamente. Fue un capítulo en mi vida de niña rebelde y necia. Estaba muy chiquita, tenía 22 años y me enamoré de un chico que no era el mafioso asqueroso que muestran en televisión. A Julio lo conocí en un gimnasio. Él era un pelao joven como yo, necio, inconsciente, que se puso a tontear y terminó muy mal, y punto. No me arrepiento, porque fruto de esa relación nació mi hija. Ella es lo más importante que me ha pasado en la vida. Meterme con alguien como Julio César es algo que nunca en la vida volvería a hacer. Siento que con todo lo que viví, me he vuelto una mujer guerrera, verraca, luchadora, consciente de cada persona que pasa por mi vida.
¿No sabía que él tenía negocios turbios?
No es que no supiera, sino que no era consciente, que es diferente. Era una niñita ingenua y lo único que me importaba era salir con mis amigas de fiesta, no sé en qué estaba pensando. Solo me importaba estar con el chico de moda, “el guapito”.
¿Le atraían los carros y lujos que él le podía dar?
No. Nunca me he puesto ni relojes ni joyas. Ya se me cerraron los huequitos de las orejas porque no uso aretes. No soy de bolsos de lujo, ni de marcas ostentosas. Quizás la única excentricidad que me he dado –por llamarla así– son los equipos con los que estoy tocando. He tenido la suerte de tener una familia que me lo ha dado todo en la vida, por eso nunca me descrestaron los carros o las joyas. No soy tan superficial como me mostraron en el Cartel de los Sapos. Hicieron un personaje que supuestamente era yo. Pero muy lejos de la realidad. Ridiculizado, exagerado, tonto y vacío, fue humillante. Me parece muy triste lo que vende la televisión de nuestro país. No me gustan las narconovelas que se producen aquí. Me parecen un insulto al arte colombiano.
En una entrevista para esta revista, el exagente de la CIA Baruch Vega mencionó tener una relación cercana con usted y su esposo durante las negociaciones de los narcos con el gobierno de Estados Unidos…
No toquemos ese tema. Eso es algo ya clausurado en mi vida, no tiene lógica hablar de eso.
¿Qué opina su hija de su vida?
Mariana tiene doce años. Le aterra el mundo del modelaje. A diferencia de muchas niñas ha visto la otra cara de la moneda y sabe el esfuerzo que hay que hacer en esta profesión. Las madrugadas, los viajes, las incomodidades, la parte no tan divina, por eso no le ha llamado mucho la atención.
¿Cómo fue su acercamiento con la música?
Melómana toda la vida. Me crié con músicos. Mis abuelos cantaban, tocaban el piano y la guitarra. Crecí escuchando música clásica. Mi mamá tocó la flauta traversa con la Orquesta Filarmónica de Medellín. Desde muy chiquita estuve en clases de solfeo, de piano e hice parte del coro del colegio.
¿Cuáles son sus artistas preferidos?
Me gustan un poco el rock and roll y el jazz. Amo a los Rolling Stones. Me encantan también Soda Stereo y Prince. De niña era fanática de Bon Jovi y Guns N’ Roses. Me gustaba todo ese rock de los noventa. También Nina Kraviz y David Herrero en la música electrónica.
¿Cómo aprendió a mezclar?
Mi profesor es Andrés Garzón, Dj y productor de varios artistas colombianos. Lo contraté y empezó a darme clases en mi casa. Siempre quise poner música. En las fiestas iba y me hacía amiga de los Dj, intercambiábamos canciones. En Ibiza tengo muchísimos amigos que me han dado clasecitas. Todo comenzó “cacharreando” en la casa. Tengo los mejores equipos. Toco con una consola Pioneer 2000. Hay que pensar en grande. La ley de la atracción dice que tenemos que tener lo mejor que nosotros creamos merecer. Por eso me consigo lo más novedoso.
¿La ha embarrado en alguna fiesta?
Sí, cuando estaba empezando. En un evento en Armando Records. Había mucha prensa, el lugar estaba lleno y la gente comenzó a acercarse a la cabina, a tomarse fotos y a saludarme. Alguien sin culpa me desconectó los cables y quedé sin sonido. Tengo muchos ojos encima juzgándome. Algunas personas comenzaron a burlarse, tomé el micrófono de lo más tranquila y les dije: “hey chicos, alguien se me metió acá, ya estoy conectando todo, vamos a empezar y que viva la fiesta”.
¿Ha tocado en otros países?
Sí. En México en algunas fiestas de Fashion TV. En Panamá en el edificio de Donald Trump. En Ecuador en varias discotecas. Quiero ir a Ibiza. Meterme en una playita y tocar como si nada, sin tanta parafernalia. Aunque normalmente me gusta salirme de lo normal. Me gusta tocar con una corona de plumas, reflejan mi rebeldía y la libertad que tengo.
¿Le gustan las drogas?
Tuve una época en que estaba demasiado demente y me encantaba tomar yagé y comía hongos. Me fascinaba investigar y experimentar, no solo lo que este plano nos permite ver, sino lo que hay más allá. La ayahuasca me ha servido para estar completamente segura de que la realidad apenas es una cosa pequeñita que nuestra mente limitada nos permite ver. Hay mucho más. Hay un montón de vidas aparte de esta, existe una agenda secreta que manipula a toda la humanidad. He tenido también experiencias rarísimas, siempre con el tema de la muerte, con el tema de la sensibilidad hacia otras cosas que ante la lógica son difíciles de creer. Durante un tiempo estudié astrología y numerología con Ruby Díaz, ella tiene programas en televisión y en radio.
¿Pero en las fiestas no consume alguna droga?
He fumado marihuana pero realmente soy muy sana. Disfruto mejor con un “whiskycito” pero sin llegar a emborracharme. No soy de tomar pero me encanta la fiesta. He tenido unos novios bien rumberos que me han hecho abrir el oído a todos los géneros musicales. Para mí las fiestas son los momentos en los que debo estar abierta a diferentes estímulos visuales y auditivos. A mi novio lo conocí en un evento. Él es baterista de Diva Gash y también tiene una banda, Diamante Eléctrico. Andee es una de las personas que más me ha apoyado en esta nueva etapa de mi vida. Es el que menos bolas me ha parado.
¿Cómo han sido las experiencias con la muerte?
Como tener la certeza de que tal día, a tal hora, alguien se iba a morir y efectivamente pasó. Antes de que a Julio lo mataran, yo había visto la fecha en que se iba a morir. Estaba totalmente despierta y empecé a ver números y a sentir que me decían cosas. Siempre me han pasado cosas extrañas. A veces he estado en reuniones con amigas y se me ocurre decirle de la nada a alguna: “sabes, tú estás en embarazo”. A los tres meses esa amiga llama a preguntarme que cómo sabía. Es un poder muy agudo que todos tenemos pero quizás yo lo he desarrollado más porque me gusta meditar, me gusta el silencio, no ando pegada a un televisor, dejándome hipnotizar, dejándome idiotizar por un montón de estímulos que no necesitamos. Yo prefiero la música como estímulo.
¿Lee mucho sobre estos temas?
Ahora ando leyendo libros de física cuántica, me encanta mucho el tema esotérico y todo lo que tenga que ver con extraterrestres. Me fascina leer. Acabo de terminar un libro que me encantó. Se llama Rayuela, de Cortázar. Lo amo, me gusta mucho la poesía. Devorar libros es lo mío, aunque quizás una mente llena de prejuicios no lo pueda creer.
¿Cree que hay vida en otros planetas?
Sí, cuando estaba chiquita vi un ovni en Medellín. Me acuerdo perfectamente que era de noche, de un momento a otro se hizo de día, mi mamá y yo abrimos la ventana y lo vimos girando frente a nosotras. Las ventanas vibraban y luego desapareció. Al otro día la noticia salió en el periódico.
También anda muy metida con el tema de los alimentos transgénicos…
Por los libros que he leído, por los documentales que he visto, la comida transgénica y los pollos crecidos con hormonas sí afectan la genética humana. A la gente le da miedo abrirse a otras posibilidades, a otras verdades, pero es una realidad. En Google y YouTube hay una buena cantidad de videos al respecto. Me río de lo ignorante que es el pueblo colombiano al no querer afrontar una verdad: los niños se están empezando a volver homosexuales porque están comiendo pollos que les inyectan hormonas femeninas. Aclaro que no tengo nada contra la comunidad LGBT. Soy amante de los gais, ¡los amo! Tengo muchos amigos homosexuales y he tocado en muchas fiestas de ellos.
Le afecta mucho el tema de la comida…
Defiendo mucho lo colombiano. Lo nuestro no tiene tanto tóxico como todo lo que viene de afuera. La riqueza de un país está es en la comida. El TLC es una mierda, es una trampa, nos están metiendo carros y motos con descuentos, para llevarse nuestro alimento. Uno de los pocos que todavía es sano. Toda esta tecnología no va a servir de nada cuando nos quedemos sin comida.
¿Pasa mucho tiempo en Twitter?
Por épocas. En mi cuenta @nataliaparis_ me encanta comunicar lo que estoy pensando, por este medio envío sin miedo todos los documentales de Food Matters, las investigaciones del pollo hormonado… Es que hay científicos que corroboran lo que yo dije. Eso no es un invento mío. Twitter es el único medio donde no pueden sacar mis palabras de contexto, donde las cosas que digo aparecen realmente como son. Aquí sigo a la gente que habla de cosas que me emocionan, que me aportan y no que me quitan paz. Como David Icke, un escritor que maneja el tema extraterrestre y el control mundial.
¿Cómo se dio lo de la actuación?
Soy una artista. Estudié publicidad en el Instituto de Artes de Medellín y me encantan la pintura, el teatro, la música, el baile… En esa exploración llegué a la actuación. Me fue bien, lo que pasa es que no me gusta la televisión, el lenguaje que utiliza. Solo está enfocada en producir series de narcos. Hice dos películas: En coma, de Juan David Restrepo y Henry Rivero, e In Fraganti de Juan Camilo Pinzón, en la que Dago García participó como productor. Con él aprendí a reírme de mí misma. He actuado en varios cortometrajes y me gradué de un taller con Vicky Hernández. Esa fue una época divina de mi vida, pero pasé a otra página, ahora siento que la música es donde debo estar.
¿Cómo empezó su faceta de empresaria?
Desde muy chiquita he vendido de todo. Cuando hice el comercial de Cristal Oro, que hablaba del color dorado de la piel, mi mamá tuvo la idea de sacar un producto natural que resaltara ese color. Aprovechamos la oportunidad y montamos Cosmética Natalia París, una empresa dedicada a la elaboración y comercialización de productos para el cuidado y embellecimiento corporal. Tenemos desde bronceadores hasta productos para la piel. Viajo una vez a la semana, me pongo un vestido de ejecutiva y estoy en mi empresa.
¿Cómo se imagina dentro de unos años?
Me sueño viviendo en las afueras de la ciudad, teniendo un huerto orgánico. Le tengo miedo a una vejez con límites de salud, por eso siempre me he cuidado en lo que como. La alimentación para mí es esencial. Cuando escribo en Twitter le digo a la gente “¡hey!, investiguen”. No podemos limitarnos a lo que nos está vendiendo la televisión. El mundo entero está manipulado por unos cuantos que quieren hacernos comer cosas para enfermarnos. El negocio es la enfermedad, la mayoría de la humanidad depende de alguna pastilla para vivir. ¿Has visto la cantidad de epidemia de cáncer que hay? Nos están enviando toda esa basura a través de la comida. Ojalá la gente pudiera despertar de esta realidad. Somos como zombis hipnotizados por los medios, tiene que haber una apertura de conciencia a esto que está pasando. A mí no me da miedo hablar, yo lo hago por Twitter todo el tiempo. Mando videos para informar a la gente. Vivimos en una realidad que se parece a la de Matrix. Estamos como en una película de ciencia ficción, todo es tan ilógico y tan irreal que asusta.
¿Qué le falta por hacer?
Quiero producir música. Crecer mucho en este campo. Ahora estoy aprendiendo a mezclar a la manera antigua, con acetatos. Me he hecho amiga de varios Djs reconocidos. Quizás trabajar con ellos. Las fiesticas que me he pegado me han servido para abrir el oído, para saber qué es bueno y qué no. Yo sentía un vacío en Colombia, porque iba a las discotecas y no me gustaba la música. Soy de las que se rayan cuando el ambiente es muy ruidoso. La música electrónica no tiene que ser esos ruidos espantosos y esos resortes. Yo toco más bien deep house oscurito. El modelaje me ha hecho estar en eventos con buenos ambientes. Son veinte años de carrera en los que la influencia musical de mi familia y el medio, me hace tener la certeza de que voy por buen camino.
El Tiempo, Bogotá, 15 de junio de 2013