Rodez
ENTRE LA PIEL Y LA PARED
El año pasado recorría las calles de Quito y de pronto, asombrado y feliz, reconocí el estilo de Rodez en una pared. Esas criaturas de seis ojos, largos picos y fantásticas plumas solamente vienen de un planeta. La contemplación fue un relámpago pero el instante se registró en el hotel de mi memoria no como un huésped ocasional sino como residente definitivo. Luego, en la Feria del Libro de Bogotá, le pregunté a Rodez si era suyo el trabajo y, muy emocionado, dijo que sí.
Hace unos cinco años ilustró con maestría uno de mis libros, Bocaflor, y lo hizo como nadie: no representó ninguno de los personajes. De nada sirvieron mis largos y minuciosos textos sobre esa negra gorda que traga flechas y ese pequeño viejo que enamora muchachas en un sillón volador. Rodez resolvió la materia narrativa a su antojo, sin permiso de nadie, y el resultado me sorprendió y me encantó.
Pocos saben su verdadero nombre, Edgar Rodríguez, y medio mundo lo reconoce como uno de los grandes ilustradores colombianos. Ha puesto su inconfundible sello en más de cincuenta libros para niños y adultos, en revistas y periódicos de América Latina y Europa. Es tanto su impulso y tan vertiginoso su ritmo que se saltó de las páginas a las calles. Primero en Bogotá y luego en Argentina, Ecuador, Alemania, República Checa, España, en espacios públicos y privados.
Este loco feliz con barba de chivo, con un pie en Colombia y otro en Argentina, se define como un artista visual. Su creatividad es un animal hambriento. Del papel y los muros ha pasado a la ropa y los objetos de uso cotidiano. No le bastan los libros, no le bastan los muros. Ha ilustrado pieles. Es el colmo. Ha ilustrado mujeres. Qué arrogancia. Ha pintado niñas. La envidia me impide continuar con el texto.
Triunfo Arciniegas
Bogotá, 22 de mayo de 2012
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