Una de las obras más espectaculares de Liu Bolin, 'oculto' entre teléfonos móviles en una tienda de Pekín. / LIU BOLIN |
El nuevo hombre invisible
Liu Bolin desaparece y aparece en sus obras
Lo consigue gracias a una mezcla de performance, pintura, escultura y fotografía
El creador chino abre a EL PAÍS su estudio de Pekín
Hasta hace ocho años, Liu Bolin (Shandong, 1973) era un escultor cualquiera. Uno entre miles. Pero, en 2005, el Gobierno chino calificó de ilegal el edificio que albergaba su estudio, situado en el barrio pequinés de Suojiacun. Un día se encontró con el característico ideogramachai (demoler) enmarcado en un círculo rojo pintado en la fachada, y las excavadoras no tardaron en llegar. Indignado, y convencido de que gritar serviría de poco “porque cuando dicen que algo es ilegal no se puede llevar la contraria”, decidió hacerse desaparecer entre las ruinas del lugar. Y su vida cambió para siempre.
“Cuando se destruye un edificio desaparece la gente, así que quise plasmar esa idea en una imagen que no necesitase explicación alguna”. Dicho y hecho: Liu se plantó delante de lo que quedaba de un cobertizo y, con la ayuda de unos compañeros, se pintó la ropa y el cuerpo de forma que los trazos y los colores coincidiesen a la perfección con los del fondo. Con una fotografía de ese instante consiguió, literalmente, hacerse invisible a plena luz del día. Y, sin pretenderlo, puso el germen de la serie que le ha hecho mundialmente famoso y que combinaperformance, pintura, escultura, y fotografía. Es Cheng shi micai (Oculto en la ciudad).
“En un primer momento, mi intención fue canalizar la rabia que sentía en una obra de arte y confrontar al público con una problemática que nos afecta especialmente a los artistas, un colectivo muy maltratado por el Gobierno. Pensé que era imposible expresar lo que sentía a través de una escultura, porque seguramente mi furia desaparecería durante el proceso de elaboración. Tenía que ser algo inmediato”. Y funcionó. “Luego descubrí que la gente corriente también sufría injusticias similares y decidí continuar con esta forma de crítica para provocar un debate sobre diferentes asuntos clave”.
Biografía invisible
1973.Nace en la provincia costera de Shandong, al noreste de China.
1995. Se gradúa en el departamento de arte de Shandong.
1998. Su primera exposición en solitario en la ciudad de Yantai, al noreste de su país.
2001. Completa sus estudios en la Academia Central de Las Bellas Artes en Pekín, <MC0>que dirige el ministro de cultura chino.
2007. El gran salto cualitativo de su producción se da este año, con ocho exposiciones en China, París y Francia.
2009. Por primera vez, se exhibe el arte de Bolin en España, en la Galería Tagomago de Barcelona.
2013. En lo que llevamos de año, este artista ha realizado ya 15 muestras.
Ahora, la fama le ha permitido abrir un nuevo estudio en Caochangdi, donde tiene como vecino a otro creador molesto para el régimen. Con Ai Weiwei comparte también filosofía. “Siento que si uno no sirve a la sociedad a la que pertenece no puede llamarse artista”. Por eso, lasdesapariciones de Liu reflejan los diferentes problemas que aquejan a la China del siglo<TH>XXI. “Estamos frente a una grave crisis social. El desarrollo ha traído consigo un deterioro de los valores, porque el dinero es lo único en lo que los chinos tienen fe. Si fuese un soldado cogería el fusil, y si fuese un obrero lucharía contra ello a martillazos. Como artista, busco una fórmula para que el público se fije en lugares tan comunes que de otra forma pasarían desapercibidos y piense en lo que realmente significan”.
De esta forma, camuflarse “con la misma técnica que utilizan los francotiradores” frente a una montaña de carbón le sirve para poner la diana en la crisis energética y medioambiental del país, y convertirse en parte de una valla en la que una de las mascotas de los Juegos Olímpicos empuña una pistola que apunta a su cabeza; eso le sirve de crítica a un sistema que beneficia solo a unos pocos privilegiados. Pero el hombre invisible también viaja, y se acuerda de las víctimas del 11-S en la zona cero de Nueva York o reivindica el papel de la cultura a nivel global convirtiéndose en esculturas clásicas de museos y en piezas de monumentos europeos.
Pero ya no está solo. Las piezas en las que está trabajando ahora van un paso más allá y hacen desaparecer a los propios afectados por las injusticias que denuncia. “Acabo de regresar de uno de los pueblos del cáncer de China, en mi provincia natal de Shandong —al norte del país—, donde la mortalidad por esta enfermedad se ha duplicado en los últimos años. Es una de las consecuencias de la contaminación, y creo que es importante que quienes sufren esta lacra, que son realmente invisibles para la sociedad y el Gobierno, sean los protagonistas de mis obras”.
Y cada vez serán más. Este prestidigitador no parece tener límite. Actualmente prepara su fotografía más espectacular: en la Gran Muralla hará desaparecer a 64 obreros de la clase más baja, emigrantes rurales a quienes se les niegan algunos de los derechos más fundamentales. “El monumento es un icono de China que fue construido por gente como ellos, que con sus manos dan grandeza al país sin que nadie les alabe por ello”. Pero no es fácil encontrar a gente que esté dispuesta a participar. “Creía que les preocuparía la temática, pero lo que les inquieta es el efecto que la pintura pueda tener en la piel”. La risa de Liu rompe con la seriedad de la conversación y deja al descubierto una faceta socarrona que se vislumbra en algunas de sus pinturas y esculturas diseminadas por el estudio.
“Hasta que China sea un país justo, seguiré con mi serie Oculto en la ciudad.Temas no me van a faltar”. Por eso, la actividad en su amplio estudio no para. Contesta a las preguntas de EL PAÍS mientras algunos de sus ocho colaboradores pintan a un hombre para que se convierta en parte de la Gran Muralla y otros preparan el fondo frente al que se fotografiará él tras la entrevista. Son 100 máscaras de soldador en las que han pintado, imitando la estética de los histriónicos maquillajes de la ópera china, otros tantos envases de comida que se ha demostrado peligrosa para la salud. “El deterioro del medio ambiente o de la seguridad alimentaria es solo reflejo de la decadencia en la calidad humana de la gente”.
Sin duda, las de Liu no son las palabras que el Partido Comunista quiere escuchar. “En China cada vez tengo menos exposiciones y, aunque no he tenido problemas con el Gobierno, es cierto que hay piezas que prefiero no enseñar en ninguna parte para evitar represalias. Pero no soy el único que hace crítica, y creo que el auge del arte social es sano. Para resaltar lo positivo del país ya tenemos la propaganda de la CCTV —la televisión estatal—”.
Lógicamente, casi todas sus obras se venden exclusivamente en Europa y Estados Unidos, “donde se entiende mejor este tipo de expresión artística”. El mercado del arte chino, que ya es el mayor del mundo, no le quita el sueño. De hecho, se muestra poco satisfecho con la calidad creativa de su país. “Es difícil saber cuánto de este boom es, en realidad, una burbuja. Pero, en cualquier caso, creo que los artistas chinos hablan demasiado de dinero y demasiado poco de arte. El objetivo de un creador nunca puede ser enriquecerse rápido, y aquí sucede muy a menudo”.
El fotógrafo de su estudio le anuncia que ya está todo listo para la sesión, pero Liu le hace esperar con un gesto y sigue hablando. “Entiendo el arte como una forma de expresión con una finalidad más allá de lo puramente estético, que combine la filosofía antigua del ecosistema de cada creador con elementos de la situación actual. Tiene que ser fácil de entender para todo el mundo, pero ha de mantener un estilo propio. Como hicieron Goya o Picasso. La tradición cultural de cada lugar propicia también que haya grandes diferencias en las preferencias del público: en Estados Unidos, por ejemplo, el abstracto tiene éxito, mientras que China se decanta por lo barroco. Ahora muchos artistas chinos están tratando de quitarse el lastre cultural, y creo que es un error”.
Sus colaboradores le esperan, así que Liu se levanta. Pero invita a asistir al proceso que le hará invisible. El de hoy es un montaje relativamente sencillo, porque es la segunda vez que hace la toma. “La primera no me convenció”. Así que se viste el traje militar que ha pintado para que se funda con el fondo de máscaras de soldador y comenta cada paso. “Antes nos llevaba mucho tiempo preparar cada fotografía. Incluso tuve que pensar en técnicas para evitar necesidades fisiológicas. Ahora, con la experiencia acumulada, salvo que sea algo muy complejo solo tardamos unas horas”.
Liu se embadurna la cara de un aceite que le protegerá la piel y sube a un pequeño taburete. Allí estará en posición de firmes lo que sus colaboradores tarden en prepararlo todo. Y es un proceso arduo. Primero comienzan por el traje. Se certifica con pruebas fotográficas que cada línea que pintan sobre él coincide con la del fondo. Luego se aplica la pintura en las manos, cuya posición se ha ensayado sobre varios bocetos. Desde cierta distancia, de Liu ya solo queda visible la cara. Y, finalmente, llega el momento de pasarle allí también el pincel.
Pasan las horas, pero el artista no se mueve ni un milímetro. “Muchas de las obras las hacemos al aire libre, en el lugar escogido, pero las más conceptuales las preparamos siempre en el estudio”. Liu habla entre dientes y tiene que callar para que no se agriete la capa de color. ¿Cuánto aguantará con esta serie? “Ni idea. Pero igual sigo haciendo lo mismo cuando tenga 80 años”. Su sonrisa provoca el airado suspiro de uno de los pintores, así que Liu decide cerrar ya la boca. La foto sale perfecta.
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